martes, 30 de septiembre de 2008

Exposición virtual de Daumier

Honoré Daumier, Les Mannequins politiques. Ce jeu n'a duré que trois jours. Publicado en La Caricature, el 20 de noviembre de 1834. © BnF, Estampes et Photographie, Rés. Dc-180b (2)-Fol.

Les recomiendo una interesantísima exposición virtual sobre el célebre pintor, escultor y caricaturista francés Honoré Daumier (Marseille 1808-Valmondois 1879) en la página web de la Bibliothèque Nationale Française. Su título: Daumier et ses héritiers

Mesalinas y chulos en tiempos de Yarini.

Corrían los tiempos en que los «souteners» (véase de la pronunciación cubana del francés «souteneurs», proxeneta o chulo cubano) usaban como peinado una melena recortada y partida al lado izquierdo, dejando caer en medio de la frente un mechón de cabellos encrespados; la barba bien rasurada, la cara llena de polvos de arroz y un aroma embriagador de esencias. Sin descuidar, claro está, los tatuajes y el impresindible talante de «guapo de barrio». Para ese entonces el barrio de San Isidro, santo labrador que «quita el agua y pone el sol», se había dotado, desde finales del siglo XIX, de cierta reputación.
Al asumir el ejercito de los Estados Unidos el mando provisional de Cuba, dicho barrio de San Isidro, reunió en él las llamadas cinco «zonas» que constituían hasta ese momento los epicentros de la prostitución en La Habana. Es durante los siglos XVI y XVII que en la capital de la isla proliferaron las llamadas «mujeres de mal vivir» que, hacían su agosto con la llegada de los barcos al puerto de La Habana. Según el doctor Benjamín de Céspedes en su libro La prostitución en la ciudad de La Habana, publicado en 1888, la prostitución comenzó a ejercerse en Cuba a través de las negras y mulatas esclavas, cuyos amos cobraban el producto de las entregas temporales de éstas, y dividían su afición en seis días de la semana para el «jugoso negocio» y el domingo para ir a la iglesia. Desde finales de siglo XIX, producto del empobrecimiento del país por las guerras de independendencia, el porcentaje de prostitutas blancas es mayor con respecto al de las tradicionales negras y mulatas. A estas últimas se suman las prostitutas extranjeras que llegaban a la capital. Según un reportero del diario La Lucha, en 1910, «llegaban a veces engañadas, a veces por su voluntad, y siempre atraídas por el oro, llegando a los puertos en grupos, acompañadas por algún paisano buen mozo, elegante y gastador. Este promete colocaciones de modistas, sombrereras, camareras, etc., luego las induce en la mala vida [...]». Estos grupos de extranjeras estaban formados en su gran mayoría, según los informes procurados por la policia a la prensa, por españolas: dicharacheras andaluzas y madrileñas. Luego se agregaban a la lista puertorriqueñas, mexicanas, americanas, francesas, austríacas, venezolanas, dominicanas y belgas. Siempre se supuso que eran Francia y Bélgica los principales países exportadores de mesalinas, pero el secreto de esto estriba en el apelativo que se le daba de «francesa» a todas las chicas foráneas que hablaban otro idioma distinto al español y al parecer también a la reputación que éstas tenían con respecto a sus prácticas sexuales. Fue sin embargo una francesa, Berthe La Fontaine, cariñosamente llamada «La Petite Bertha» en contraposición a la «La Grosse Bertha» -la más célebre pieza de la artillería alemana durante la primera guerra mundial-, quien sería el centro del célebre «affaire» conocido incluso en nuestros días.

Una casa de "vida alegre".

Decir Yarini en Cuba era dar una afiliación determinada al hombre mujeriego, picaflor, que tenía varias mujeres. No pocas son las leyendas que se crearon a raíz de los sucesos del mal famado barrio habanero y del cual varias plumas curiosas han intentado desde entonces reconstituir. Sobre este tema podemos citar la pieza de teatro Requiem por Yarini del dramaturgo Carlos Felipe, publicada en 1960.
Alberto Yarini y Ponce de León, a pesar de su reputación de manejador de mujeres, desciende de una familia acomodada de La Habana, cuyos orígenes se remontan en Italia y las Islas Canarias. Su padre, Cirilo José Aniceto Yarini, ocupaba la cátedra de Odontología de la Universidad de La Habana. Es en la capital cubana, en el año de 1884, que nace Alberto. Junto a su hermano mayor José Anastasio, quien morirá en 1925, ingresa en el Colegio San Melitón, pasando luego ambos, en 1894, a continuar estudios de Odontología en los Estados Unidos. Al regreso de los hermanos Yarini en 1900 a la capital, el mayor, José Anastasio, revalida su título de cirujano dental en la Universidad de La Habana, no sucediendo así con Alberto, en quien la predilección por la «vida alegre» primaba.
Rara nobleza de carácter solía atribuírsele a Yarini, al mismo tiempo en que era visto como uno de los hombres mejor vestidos de la ciudad. Su personalidad, su amabilidad y atrayente simpatía, le valían la admiración de mujeres y hombres. Gustaba pasearse a caballo por el Paseo del Prado y por el Malecón, así como por las afueras de la capital, pasatiempo que le permitía hacer gala de su prestancia a la hora de ejercer sus dotes de rompecorazones. Por su casa de la calle de Paula, solían desfilar a diario numerosas personas necesitadas para las cuales su monedero era el primero en abrirse y el último en cerrarse. También a causa de su origen familial y de su cargo de presidente de los Conservadores de San Isidro, Yarini se relacionaba al mismo tiempo con personajes de la vida pública cubana.
Un aspecto de la personalidad de Yarini es la historia de la que se hizo eco el diario La Lucha durante la segunda intervención norteamericana, en la que el célebre proxeneta fue el centro del escándalo. La acción transcurrió en el café El Cosmopolita de la famosa Acera del Louvre en el cual se encontraba junto a un grupo de amigos, entre ellos el general Jesús Rabí. Allí escuchó por boca de dos norteamericanos: «…por eso no me gusta este país -decía uno de ellos- aquí los negros entran juntos con los blancos en todas partes…» Y como el joven Alberto comprendía el inglés, se las arregló para que sus acompañantes lo siguieran a abandonar el lugar. Una vez en la calle buscó un pretexto para regresar al café y hacerle saber a los américanos que sus ofensivas palabras estaban fuera de lugar y que el negro que lo acompañaba no era ni más ni menos que el Mayor General Rabí, héroe de la lucha insurrecta contra el dominio español. El ambiente se había rapidamente caldeado y como buen criollo terminará esta historia a trompadas, fracturando el máxilar de uno de los americanos que no era otro que el Encargado de Negocios del gobierno de los Estados Unidos.
La vida de proxeneta de Yarini se había desarrollado hasta el momento de los sucesos de San Isidro en una relativa calma, hasta la llegada al puerto de La Habana, en 1909, procedente de Francia, de una joven rubita llamada Berthe La Fontaine quien muy pronto responderá al apodo de la «Petite Berta». La francesita, había sido traída a Cuba por un paisano suyo llamado Louis Lotot, «honorable» chulo francés que hacía sus viajes entre La Habana y Europa en busca de nuevas «mercancías». Fue durante uno de los viajes de Lotot que la «Petite Bertha» se puso bajo la sombra augusta de Alberto Yarini.
A su regreso de Europa, tres meses después, Lotot, enterado de lo ocurrido en su ausencia, es recibido por su infiel amigo Yarini en el muelle de La Machina. El galo en tono armónico le dice a Yarini: « - Alberto, sé que Berta vive contigo. Estáte tranquilo, no te la voy a enamorar. Pero eso sí, si ella me manda a buscar, me la llevo.»
Luego los dos amigos salieron a tomar unas copas en un bar cercano a los muelles, como si nada hubiera pasado. Poco tiempo después Bertha le escribía a su ex amante que la fuera a buscar, pues estaba dispuesta a volver con él. Es entonces que la intriga y las comidillas se propagaron por todos los prostíbulos, cafés y centros de diversión. «Lotot -escribió el diario La Lucha- gran filósofo en su especial modo de vivir, lejos de reñir con Yarini, hízole saber que estaba en Cuba como había estado en otras partes del mundo «para explotar mujeres», «no para hacerse matar por ellas».
La crítica de otros proxenetas franceses e italianos contra Lotot se hizo sentir, argumentando estos que era una debilidad de Lotot el no haber defendido a capa y espada su joyita francesa.
Pronto la situación entre «apaches» (franceses e italianos) y «guayabitos» (cubanos) se tensaría. Los «apaches», molesto por las vejaciones a que eran sometidos por los «guayabitos», deciden tomar revancha reuniéndose en una fonda situada en la calle Habana esquina Desamparados. A este grupo se agregaron poco después Louis Lotot, Joseph Quobrier, Jean Petijean, Jean Boggio, Cesare Mona, Ernest Lavière, Raoul Finet, Cécil Bazzul y Valeti. Todos excitaron a Lotot para que vengara la afronta, acordando así los reunidos de cooperar en el asunto que Lotot quedaba forzado a ventilar.
El ya mencionado diario La Lucha, relata que «Lotot se dirigió al café Habana, conocido por «El de Victor», acompañado de Jean Petijean, donde tomaron unas copas; y después por San Isidro se dirigieron hacia Compostela, donde encontraron a Alberto Yarini frente al número 60, en cuyo lugar sostuvieron una reyerta a tiros, interviniendo en la misma José Basterrechea, conocido por «Pepito», íntimo y acompañante de Yarini, quien descargó su revólver contra Lotot. Con anterioridad al hecho se habían situado en la azotea de la casa número 61, y también en la planta baja, Jean Boggio, Cesare Mona, Ernest Lavière, Valeti y Bozzul, quienes desde la azotea dispararon sus revólveres contra Yarini, siendo éste el motivo de que dicho joven recibiera dos heridas de arriba a abajo».
Lotot, que vestía un traje carmelita, con bombín, murió en el acto. Yarini, herido de muerte, fue transportado al hospital de Emergencias, situado entonces en la esquina de Salud y Cerrada del Paseo.
Esa noche en el Molino Rojo, de Galiano y Neptuno, La Chelito cantaba su aplaudido couplet La Pulga; mientras en el Nacional se estrenaba Lo Cursi del dramaturgo español Jacinto Benavente. Mario Sorongo por su parte, estrenaba en el Martí su obra Una rumba en los aires y Eduardo Robreño en el Payret su Napoleón. Las muchachas leían con deleite a Carolina Invernizzo. Los salones se inundaban con los valses de Strauss. Esperanza Iris triunfaba como reina de la opereta. En el Parque Central, los grupos de aficionados del béisbol comentaban el formidable empate logrado por Méndez en su «pitcheo» contra el Detroit.
Mientras la noche habanera se sumía bajo todos sus espectáculos en el hospital de Emergencia, el corazón de veintiséis años del Don Juan cubano, dejaba de latir a las diez y treinta y cinco de la noche.
El cadáver de Yarini, custodiado por la policía, fue trasladado a la residencia familial de Galiano 22, entre Animas y Lagunas. Sus amigos políticos habían organizado todo para velarlo en el Círculo Conservador, pero su padre se opuso rotundamente.
El entierro tuvo lugar en la mañana del jueves 24 de noviembre de 1910. Todas las capas sociales se dieron cita en el mismo. Su heterogeneidad estaba dada por la mezcla de sus participantes: el ñáñigo desfilaba al lado del catedrático, el político junto a la prostituta, el truhán junto al policía… Cuenta el periodista Ramón G. Mora, que en Reina y Belascoaín, cuando el féretro iba a ser introducido en la carroza, el pueblo se amotinó, impidiéndolo. Ese mismo pueblo más tarde llevaría de boca en boca las coplas que imortalizarían al chulo Yarini:

Franceses carentes de honor,
salid de Cuba en seguida,
si no queréis que Yarini
os arranque vuestra vida.

O mejor aquélla que resume su vida:

Nada temas, la vida te sonríe
sigue en pos de la orgía y los placeres,
pues las torpes mesalinas, cada vez,
raudal de oro vierten a tus pies.

En medio de tu vida de placeres
cual si fueran traídos para ti,
más sinceros que besos de mujeres,
son los consejos que te di…

domingo, 14 de septiembre de 2008

Un soneto erótico y ambiguo

Rubén Martínez Villena (1899-1934)

El Faro
Abajo, roca y aguas: el multífono grito
de las olas que rompen; y a su caricia ruda,
con un cendal de espumas la base de granito,
alternativamente, se viste y se desnuda.

Y arriba, yergue el faro su construcción aguda;
–el faro; que es la estatua del Cíclope del mito–
altivo, como el símbolo de una soberbia muda;
solemne, como un dedo que apunta al infinito.


¡El faro…! luminoso rey de las lejanías…
Titán que vió por siglos la muerte de los días.
Contemplador de mudos solares misereres,

la vesperal tristeza petrificó sus músculos,
¡y aún guarda en el cerebro –loco de atardeceres–,
el sueño de la última llama de los crepúsculos…!

La Pupila insomne (1922)