martes, 15 de enero de 2013

Una cubanita que no se puso de pie ante el Capitán General Weyler. Por Raúl Ramos Cárdenas.

El general Weyler, (La Esfera, Madrid, 25 de octubre de 1930) y Rosario Ros Caballero.
Las circunstancias puramente casuales que hicieron coincidir en una velada familiar en la ciudad de Barcelona a una mujer cubana con el tristemente célebre General español Valeriano Weyler, nos sirven de pretexto para conocer  - en primera persona -  aspectos sicológicos de este personaje y sobre algunas de sus vivencias en Cuba.

Gracias a la autoría del Dr. Mario Martínez Azcue, quien escribió un articulo bajo el mismo título que el que encabeza el nuestro y que vio la luz en el año 1953, a través de las páginas de la revista Cuba Profesional, pudimos adentrarnos con sorpresa en aquel suceso histórico, narrado por la protagonista en carta  a su padre, el señor Joaquín Ros, médico guantanamero y veterano de la independencia cubana.

Rosario Ros Caballero, residente en España, adonde viajó un día con el fin de especializarse en música y contrajera allí matrimonio, es el nombre de aquella valiente criolla, cuyo gesto introdujo una nota de desaire en la reunión a la que fue invitada en casa de una dama de la más rancia nobleza española, sin advertir que el gran anfitrión de la tertulia familiar era el antiguo victimario de tantos cubanos inocentes.

Como ha quedado grabado en la memoria histórica de nuestro país, Valeriano Weyler fue el despiadado jefe militar que con su criminal política de reconcentración de la población, a partir del año 1896 en que relevó de su cargo al anterior Capitán General Arsenio Martínez Campos, provocó miles de víctimas mortales a causa del hambre y las enfermedades entre mujeres, ancianos y niños, en su mayoría obligados a abandonar sus lugares de residencia en los campos, con tal de impedir la ayuda en alimentos a las tropas mambisas, lo que unido al bloqueo norteamericano de los puertos cubanos, con el objetivo de hacer nulo el comercio español con la Isla, llevó a la ruina económica del Cuba, que para esa época era ya más colonia de los Estados Unidos que de España.
Última fotografía del general junto a su hermana doña Celestina en el retiro mayorquino de San Roca. La Estampa, Madrid, 11 de noviembre de 1930.
Los comentarios vertidos por Weyler acerca de sus experiencias en Cuba como Capitán General, involucran aspectos del espionaje a la correspondencia cursada entre los principales jefes de la insurrección: el Lugarteniente General Antonio Maceo, el General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez y el Delegado del Partido Revolucionario Cubano Tomás Estrada Palma, cuyas cartas,  supuestamente, llegaban primeramente a sus manos y  tanto Gómez como Estrada Palma - al decir de Weyler - “estaban extenuados” por el desgaste de la guerra y que Maceo era el que más se resistía a rendirse.

Asimismo, este hace gala de un alarde sin límites con relación a las posibilidades de ofrecimientos que no le faltaron, “para que le trajesen la cabeza de Maceo” por una suma considerable de dinero, a lo cual se negó, pues reconocía en el jefe cubano el valor y la temeridad; sin embargo mandaba a decir a Cuba que tenía en su poder las ropas y pertenencias que le fueron rapiñadas por los voluntarios españoles al héroe cubano y su ayudante, el Capitán Francisco Gómez Toro el día de su muerte y por ellas pedía seis mil pesos o las donaría al Asilo de Huérfanos del Ejército de la península, una prueba más de su mezquindad y carácter deleznable, que no le abandonó ni en su ya avanzada vejez.

Cabe señalar en esta introducción, que anteriormente en su libro de memorias de la campaña cubana, publicado bajo el título“Mi mando en Cuba”, Weyler ya había dado muestras exageradas de su aparente “pericia militar” contra los combatientes cubanos, con las que trató de minimizar los contundentes golpes asestados por el Ejército Libertador cubano a las tropas españolas, principalmente en Pinar del Río, donde operaba el Titán de Bronce, no obstante la enorme superioridad del Ejército de la metrópoli en armamentos, pertrechos y soldados y de la criminal política de reconcentración antes citada.
Weyler a su llegada a Madrid en 1930  acompañado de su hijo Fernando. La Esfera, Madrid,  25 de octubre de 1930.
El texto de la carta que podrán leer me releva de extenderme en comentarios innecesarios; la misma constituye, según el criterio del destacado patriota bayamés, Dr. Diego Tamayo Figueredo - amigo íntimo del padre de Rosario - un “documento histórico escrito por un talento sagaz y penetrante” digno de conservar para el conocimiento de las presentes y futuras generaciones de cubanos.


Barna, 24 de marzo de 1920

Querido papa

Mi carta de hoy es para ti. El tema así lo requiere. El día de San José fuimos de visita a casa de una viuda amiga de Cachi, madre de cuatro hijos de los cuales dos son curas y otro está en el Seminario acabando la carrera. Era el santo del segundo: único que ha escapado de la sugestión de sus profesores y del ambiente que le rodea! La señora de la casa, prototipo de la buena beata amante e ignorante madre a la antigua usanza española, nos recibió con grandes muestras de alegría.
Atravesamos un pasillo en el que ardían dos cirios, ante una imagen de la Purísima y entramos en un salón amueblado con ricos muebles antiguos y adornados con retratos de familia, uno con su Santidad Pío X  y…otro de Weyler.           
La madre nos presentó con orgullo a su Paco, muchacho guapo de 29 años y sacerdote hace siete; y a su José María que era el festejado.
A poco llegó el Secretario del señor Obispo, guapísimo, arrogante, simpático, es andaluz y a mas de la gracia con que se distinguen los de su provincia, hablaba con la animación propia del acostumbrado a triunfar. Tiene 32 años y es canónico desde hace cinco y Secretario del Obispado desde casi la misma fecha. Nada mojigato, cura a la moderna, nos entretenía con su conversación en la que se traslucía el talento.
De pronto y cortando nuestras conversaciones la criada anuncia pomposamente: “Su Excelencia el Capitán General…” y antes que me diera cuenta que no soñaba, entró en la sala el señor Weyler. Todos se pusieron de pié y yo inconcientemente me quedé sentada. La dueña de la casa me presenta…”Una cubanita General…” Y el se inclina ante mí y yo sentada, hago una inclinación de cabeza. Algo nervioso, se sienta en una butaca diciendo: “Bien sé que en Cuba no se me quiere bien…”

Weyler dictando a su hijo Fernando las memorias de su vida. Nuevo Mundo, Madrid, 18 de septiembre de 1931.
La dueña de la casa, que desconoce todo lo que encierra el General para nosotros los cubanos dice: 
 -¿Y por qué General, si usted es tan bueno…?
Yo no despegaba los labios y miraba fijamente un retrato que tenía enfrente y que me recordaba mucho al bueno de tío Miguel (q.e.p.d)
 -Si señor…prosiguió el General, a mi no se me quiere en Cuba porque se me juzga mal…yo fui la ultima vez a Cuba, con ordenes terminantes de acabar la revolución y como soldado cumplí con mi deber. Se me podrá tachar quizás de enérgico, acaso de duro, pero no de injusto. Tengo la conciencia tranquila…         
Cachi me miraba angustiada y yo hablé entonces…
-Con mi padre no se portó usted del todo mal.          
Interrumpiendo entonces mi frase:     
-Hágame usted memoria; me dijo con viveza.           
Y yo empecé a relatar los hechos y él, memoria prodigiosa, recordó sin dejarme concluir: 
- Recuerdo perfectamente esa recomendación de mi buen amigo Bazán. Lo deportamos a Costa Rica en vez de Puerto Rico y continuó…Mire Usted - entonces dijo dirigiéndose directamente a mi -_ los cubanos no me querrán… pero yo quiero a Cuba más que muchos de ellos. Yo no puedo olvidar los más felices años de mi vida pasada en Santiago de Cuba, la cuna de las mujeres más lindas del mundo… Sí señor… en Santiago y en Puerto Príncipe las mujeres eran preciosas, con unos ojazos, unas cabelleras, unas formas… Entonces era yo Capitán y cuando las veía pasar en sus volantas, vestidas con sus trajes vaporosos, creía que soñaba… Aquellas fiestas en el Cafetal Santa Ana, de la familia Vinent y en el cafetal de la familia Salazar, aquellos campos incomparables, aquellos espléndidos potreros de Puerto Príncipe…. aquella Habana… hermosísima, riquísima, incomparable…

- Anoche – continuó Weyler diciendo – en la fiesta de casa del Gobernador uno me decía que volvería a Filipinas, y yo le dije: y yo donde volvería sería a Cuba… Sepa usted que yo tenía que ir a México en vez de Polavieja, y si hubiera llegado a ir, si el gobierno cubano no me lo impide, lo que no creo, porque no hay razón, yo desembarco en La Habana ¡Ya lo creo! Porque yo no le guardo rencor a Cuba ni a los cubanos; ellos tenían razón, cuando un hijo llega a mayor se independiza y los pueblos se emancipan ¡Ojala que España en vez de mandarme a acabar la Revolución me hubiera mandado a darles la independencia!
Es lo que debimos hacer. La autonomía no, yo soy enemigo de las medias tintas. La independencia. Con lo que no me conformo es con la debacle de las armas españolas después de tantos sacrificios. Si a mi no me quitan de allí, la revolución estaba acabada.
Hubiera vuelto a surgir, General – le dije yo
Mi tía Cachi me dijo bajo:
No seas imprudente.
Y él, sin hacer pausa continuó:
-  Yo pagaba un dineral en espionaje y las cartas que se cruzaban entre sí Estrada Palma, Máximo Gómez y Maceo venían a mis manos antes que a ellos; los dos primeros estaban extenuados (Palma y Gómez) decían que no podían más y Palma en una de ellas decía a Maceo, que era él que se resistía a rendirse:
“Desengáñate Antonio, las guerras necesitan dinero, dinero y dinero y nosotros ya no tenemos ni hay quien nos lo dé. La gloria de independizadores le cabrá a la otra generación”. El único estorbo era Maceo.
Y luego añadió Weyler:
 - Se me ofrecieron varios para traerme la cabeza de Maceo por $30,000 y ya ve, yo no lo acepté; así se mata a los bandidos y aquel era un valiente que había de morir como murió, honrosamente frente a frente, como un león. Y cuando ya estaba a punto de acabar todo (la revolución) viene mi relevo impuesto por los americanos, a los que no puedo ver, y el gobierno español manda a Blanco, que estaba enfermo de la médula…
 - Cuando llegué a Madrid, procedente de Cuba, fui a ver a la Reina y después de ponerla al corriente, le dije: “Majestad, ahora Cuba se pierde y la Corona de España pierde su más preciosa joya”
Y seguidamente:
 - Por mucho tiempo de Cuba he estado recibiendo cartas insultantes, algunas anónimas y muchas firmadas, y por montones me han mandado cuanto periódico me ha insultado. Cuando el Congreso de Medicina, vinieron algunos médicos cubanos.
 - Entre ellos, Diego Tamayo – dije yo.
 - Efectivamente, pues bien, en el banquete de la Masón Doré, me sentaron a su lado y yo le dije muchas cosas que le he dicho a usted. El me contestaba un poco exaltado (mientras yo sonreía) Al momento de los brindis, brindé por la prosperidad de Cuba y a poco recibí un periódico en que se leía con grandes caracteres “Declaraciones de Weyler: un mambí más”
Todos los que escuchamos nos reímos.
Y continuó:
 - Diga usted a Cuba que tengo el reloj y las prendas que llevaba Maceo cuando murió, que si me dan seis mil pesos las doy…
 - No pide usted poco, le dije con sarcasmo.
Y el contestó vivamente:
 - Para mí, no; lo donaría al Asilo de Huérfanos Militares…
Habló mucho y seguido y abriendo y cerrando la mano derecha y abriendo y cerrando la izquierda en movimiento nervioso. Se había quitado los guantes y parecía mentira que aquellas manazas flacas y llenas de nudos fueran propiedad de aquel cuerpo minúsculo pues ya tiene 82 años y se nota que no ha perdido energías…
¿Y esto de las bombas, General? Preguntó el canónigo
Yo no puedo hacer nada. La plaza no está en estado de guerra. Anoche, en casa del Gobernador, le dije al Jefe de Policía: Oiga usted, es una vergüenza que sigan colocando bombas, teniendo usted tanta policía y tanta Guardia Civil…
- ¿Y usted que haría si se declarara el estado de guerra?
- Mire usted, lo mas importante es saber donde y quienes hacen las bombas, de donde sacan los explosivos… En la otra vez que yo vine designado Jefe Militar de la Plaza, mataban con inyecciones de estricnina a los caballos de carros y coches y no era posible descubrir a los autores. Me dirijo entonces al Jefe de la Policía. Me decían que con unas jeringas que llevaban preparadas, escondidas entre las mangas de la camisa, pinchaban al menor descuido al caballo y no dejaban huella. Bien está, le dije yo al Jefe de la Policía. La venta de la estricnina está prohibida, a menos que la recete un médico. Le doy a usted ocho días para encontrar a los que venden y compran estricnina y tan pronto los detenga, me los mete en Monjuich (cárcel de Barcelona) o en su defecto irán usted y sus jefes subalternos a los calabozos. Y antes del tiempo fijado, todo estaba descubierto… La estricnina, en grandes cantidades, venían de Francia…
Ese mismo procedimiento seguría ahora…
Habló de sus hijos, maldijo los infumables gobiernos españoles, puso a Romanones de vuelta y media, y se levantó para despedirse.
Funerales de Valeriano Weyler. Nuevo Mundo, Madrid, 18 de septiembre de 1931.
Cuando se puso de pié, me pareció imposible que aquel hombrecito, enfundado en un chaquet, bastante usado, por cierto, fuera el mismo hombre que hemos oído nombrar y maldecir tantas veces en Cuba, y rodeado de un nombre de fiereza…
Al despedirse, me extendió su manaza y… francamente le di la mía… con un resto de escrúpulos y un algo también de lástima… por estar… tan viejecito…
Corto esta, querido papá, porque tengo que acompañar a Cachi a casa del Doctor… Hasta mi próxima… Besos y abrazos a todos, y para ti uno fuerte y cariñoso de tu

Nena

Fuente consultada:
Archivo Nacional de Cuba.  Revista “Cuba Profesional” Año del Centenario del Apóstol José Martí. Fecha: Octubre, Noviembre y Diciembre de 1953, en: Fondo Donativos y Remisiones  Legajo 443 No 24.