martes, 27 de noviembre de 2012

¡Gracias, Argentina! En torno al centenario de la muerte de Brindis de Salas. Por Raúl Ramos Cárdenas.

Chevalier Brindis de Salas. Berlín. © Corbis.
La proclamación  por parte de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, del año 2011 como "Año Internacional de los Afrodescendientes" deviene ocasión propicia para evocar la memoria de una de las más excelsas personalidades negras de Cuba en el centenario de su desaparición física y  también del 160 aniversario de su nacimiento, hecho que se conmemora en el año que cursa.

Tal es el caso del genial violinista cubano, Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, quien llegara al mundo un 4 de Agosto de 1852, en una humilde casa de la habanera calle Águila - hoy marcada con el número 822 - y que paseara su nombre y su arte a nivel internacional, en una época en que los prejuicios raciales derivados de cuatro siglos de esclavitud en la Isla, se alzaban como poderosos valladares para la realización plena de los ciudadanos de piel oscura en cualquier manifestación del quehacer humano. El hecho de haber podido escalar a lo más alto en la ejecución del más pequeño de los instrumentos de cuerda  y dejado  huellas de su maestría en  diferentes escenarios de Europa y América durante las tres ultimas décadas del siglo XIX, merece una justa recordación en esta hora, que rompa con el anonimato que aún envuelve a esta gran personalidad de la cultura entre la mayoría de los cubanos.

Gracias a una excelente compilación de textos sobre la vida de Brindis titulada "Presencia y vigencia de Brindis de Salas" del autor cubano Armando Toledo, pudimos adentrarnos en facetas diversas del bien llamado "Paganini negro" calificativo con que le bautizara un diario italiano de su época, en alusión a Nicolo Paganini, el más grande de todos los violinistas conocidos. Dicha compilación, en la que aparecen autores que conocieron personalmente al artista,  se convierte en referencia obligada para todo el que desee indagar sobre tan apasionante personalidad del arte musical; no obstante, lo dicho con anterioridad no agota la posibilidad de profundizar aún más en su existencia zigzagueante e indómita, mas bien constituye un acicate para que investigadores y amantes del saber, entre otros,  se den a la tarea de enriquecer en detalles una vida pletórica de éxitos, aventuras y desventuras que por regla general caracterizan también las de otros genios de su talla.

Múltiples fueron las relaciones que como personaje de la "gran escena" tuvo Brindis a lo largo de su vida, las cuales avalaron los reconocimientos que con abundancia le dedicó la crítica especializada en publicaciones de América Latina, Estados Unidos y Europa, gracias a su  exquisita ejecución. Esta circunstancia le permitió el honor ser condecorado por varios dignatarios europeos con las máximas órdenes de sus países, a saber: la Cruz del Águila Negra, título de Barón del Imperio Alemán, Caballero de las Ordenes Isabel la Católica y Carlos Tercero, de España, la Orden del Cristo, de Portugal y la de Caballero de la Legión de Honor, de Francia - entre otras – dan una imagen del rango alcanzado por esta legendaria figura [1].

El color de su piel no le impidió - casi milagrosamente - abrirse paso en la escala social del país en que naciera, por entonces una de las últimas colonias de España en América,  con un caduco sistema esclavista que consideraba al hombre negro poco menos que una simple mercancía. La especial circunstancia de haber contado con un padre músico, profesión en la que les era permitido moverse en sociedad a algunos negros "libres" amén de la férrea y esmerada educación que este dio a sus hijos,  contribuyó a que el talento infantil de Brindis pudiera ser encausado, entre otros mentores, por un  reconocido maestro del violín radicado en la capital de la Isla por aquellos días, el belga José Vander Gutch, a cuya iniciativa debió el pequeño Brindis su debut en el Liceo Artístico de la Habana el 18 de Diciembre de 1863, con apenas 11 años de edad.

El joven Brindis de Salas.
Este suceso musical tuvo una significativa relevancia para la historia de la música cubana, si se tiene en cuenta que en dicha función aquel niño estuvo acompañado al piano por otra futura gloria musical de la Isla, el pianista Ignacio Cervantes. De ahí su meteórico ascenso que primeramente le llevó en 1869 a acceder a una plaza de estudios en el Conservatorio de París, teniendo su clímax en 1871 al graduarse con el primer expediente de esta prestigiosa institución francesa.

Nada de esto podría explicarse en la vida de aquel joven negro, si no fuera, entre otras consideraciones, por la grandeza del genio, que no reconoce fronteras y por la calidad del claustro de  profesores que pulieron allí su arte, lo que unido a sus dotes indiscutibles para la ejecución del instrumento y el roce natural con la vanguardia violinística de la época, llevaron a Brindis a la perfección de su arte y posterior consagración, que le catapultó al éxito, a la fama  y  las glorias; se cuenta que tuvo al “desorden como norma y al mundo por escenario”   hasta el declive total de su estrellato.

A la Argentina, ese hermano país de nuestra América y tierra generosa que acogió sus restos tras su muerte, ocurrida el 2 de Junio de 1911, debemos los cubanos gratitud eterna. Solo la casualidad impidió que Brindis fuera olvidado para siempre, dadas las tristes condiciones en que se encontró su cuerpo agonizante, dos días antes de su deceso, en una humilde posada de Buenos Aires: solo, enfermo, sucio, con las ropas y los zapatos raídos, que únicamente por el orgullo característico de su raza y estirpe, hicieron revelar su identidad en esa hora fatal al encontrar los enfermeros que le atendían un corsé mugriento, apretado a su cintura - resto de sus días de gentleman - en los bolsillos del saco un pasaporte, un programa de presentaciones y un retrato de mujer, lo cual les hizo comprender de quien se trataba, preguntándose a la vez, quizás, como el ídolo de ayer, tan rico, aclamado y famoso, se despedía de este mundo en forma tan deplorable como aquella, tras arribar por última vez a esa misma tierra que antaño le viera triunfar rotundamente.

Lo que sucedió después pertenece a la leyenda. Con la identidad ya descubierta y conocida la noticia en aquella inmensa urbe, que le aplaudió y amó hasta el delirio en sus días de gloria (se cuenta que  los argentinos le obsequiaron un valioso violín de la marca Stradivarius) la colonia cubana residente allí, con la ayuda de la revista ilustrada PBT, le tributó solemnes funerales, a los que concurrió todo el mundo artístico y la afición musical porteña, dándole piadosa sepultura en una modesta tumba provisional del Cementerio del Oeste (La Chacarita) en espera de las gestiones de repatriación que debía realizar algún día el gobierno de Cuba.

Entretanto, la primera referencia sobre su deceso se daba a conocer en su tierra natal cuatro días después, por medio de una breve nota aparecida en las páginas del diario La Discusión en su edición  del martes 6 de Junio:

"Brindis de Salas._

Los periódicos que reciben el servicio cablegráfico de la Agencia Laffan, publican esta mañana el mensaje siguiente:

Buenos Aires._ Junio 5. Claudio José Domingo Brindis de Salas el famoso violinista cubano, falleció en un hospital de esta ciudad el día dos del corriente mes de Junio.
Su presencia en esta capital, donde cosechó tantos laureles era ignorada de todo el mundo y su muerte ha causado sorpresa y dolor entre los amantes del arte.
El gran violinista cubano había estado arrastrando una mísera existencia en uno de los barrios más pobres de esta ciudad."

Posteriormente, el 15 de Junio, la misma fuente publicó una reseña titulada "Algo de música" de la autoría del señor Hubert de Blanck, quien a grandes rasgos hacía un esbozo de la vida y obra de aquel genial artífice de las cuerdas.

Con el devenir de los años y fresco aún el recuerdo del Paganini negro en el corazón de los argentinos, este volvió a convertirse en noticia el 11 de Junio de 1917, fecha en que se cumplía el plazo de estancia fijado por las autoridades del cementerio bonaerense, lo que obligaban a enviar los restos del artista al osario general. Por ello el diario La Razón alzó su voz exhortando a que se le diese una sepultura merecedora de la alta alcurnia artística al genio cubano.

Fotografía del artista en su etapa de madurez.
Otra vez Argentina salvaba para la posteridad el recuerdo del ilustre violinista, pues fruto de urgentes gestiones de parte del gobierno y distintas corporaciones artísticas y musicales, se logró que aquellos restos descansaran por mas tiempo en el mismo sitio en que fueron inhumados, plazo que se extendió hasta el año 1930, cuando el Presidente cubano Gerardo Machado Morales dio instrucciones a una comisión creada al efecto, presidida por el entonces Ministro cubano en Argentina, señor Néstor Carbonell, para que cumpliera acertadamente  con el noble reclamo de los argentinos.

Este anhelo se convirtió felizmente en realidad, cuando el 24 de Mayo del propio año arribó al puerto de la Habana el vapor "Sub-Cubano" que trajo al seno de la tierra que le vio nacer, al bien llamado en su época "Rey de las octavas" *[2].

Como muestran algunas de las imágenes que acompañan este trabajo, tanto argentinos como cubanos rindieron una vez más sentido homenaje de despedida al artista,  que incluyó una solemne misa en la Basílica de San Francisco, luego que sus cenizas fueran depositadas en una  urna de bronce, obra del escultor Luis Perlotti. A continuación, se celebró una velada lírico-musical organizada por la asociación musical Amigos del Arte, con números de canto y música, recitación de versos y discursos del ministro cubano, de Martín  Durañona y Eduardo Zicari, en representación de la Sociedad de Artistas Camuati y de Jorge Servetti, representante del Sindicato de Autores Cubanos en Buenos Aires.

Lamentablemente, hay que aceptar que han sido escasos e insuficientes en su país de origen las referencias y el reconocimiento que merece este grande de la música. Pienso que si no se le reconoce en su tierra es, en parte,  porque no se le conoce suficientemente y porque sus hechos – que fueron muchos e importantes – yacen en un inaceptable olvido para los cubanos de hoy. Por solo mencionar un detalle: la fachada de la casa donde viniera al mundo esta gloria de Cuba luce hoy un estado muy deplorable, tanto para la comunidad en general como para los visitantes extranjeros que en alguna ocasión se hayan detenido asombrados ante la también descuidada tarja que identifica el hecho histórico y que - por ironías del destino o por azar – se mantiene aún desafiante a los embates del clima y la desidia. 

Por ello me gustaría dedicar estas sencillas letras al coloso de ébano, más allá del vínculo familiar que nos une. De pequeño, recuerdo haber escuchado la referencia al apellido Brindis, una y otra vez, en tertulias hogareñas a las que podía tener acceso, hasta que con los años y la consecuente precisión de mis padres y parientes más cercanos, pude conocer - para mi sorpresa - de que mi bisabuelo materno, el señor Juan Calves Brindis, había sido sobrino del gran violinista y que por esa razón a nuestra familia se le identificaba como “los Brindis” en el habanero barrio de Belén, lugar de residencia de mis antepasados y el mío propio.

Aunque en la actualidad el apellido ya ha desaparecido en esta rama del  parentesco familiar, aún se mantiene entre los que vivimos el orgullo hacia la figura del  "Chevalier"  Brindis de Salas.  

El talento y la majestuosidad interpretativa del Gran Maestro del violín, tantas veces alabadas por el público y la crítica de su época, fueron recreados  acertadamente en su día por medio de un artículo que vio la luz en el diario argentino La Nación, gracias a la destreza literaria del crítico de arte Enrique Frexas,  testigo presencial de la actuación del artista en una fiesta privada, celebrada en la casa del prócer de ese país, Bartolomé Mitre, una fría noche de agosto de 1889.

Debió haber sido impactante en grado sumo la reacción de los presentes, incluyendo la del propio Frexas, ante el derroche de melodía y habilidad violinística por parte del intérprete en aquella velada, para escribir como lo hizo este anónimo crítico. Tal vez, nunca imaginó la repercusión que iba a tener su propuesta, pues a partir de ella se le abrieron de par en par a Brindis las puertas del éxito en ese país hasta convertirse en uno de sus ídolos.

Recibimiento a los restos de Brindis a su llegada a la Habana. Revista Carteles,  junio de 1930.
Por el exquisito detalle con que el autor describe un acontecimiento especial para la historia de la música, esta pieza literaria que a continuación regalamos al lector, califica como un insuperable testimonio que nos devuelve - a la distancia de cien años -  a un Brindis de Salas de carne y hueso, embriagando a todos sus admiradores con las más extraordinarias notas de su mágico violín.

"Afuera hacía un intenso frío, el frío de la cruda noche del domingo. Adentro, en la sala de familia, el aire estaba templado por el fuego de la chimenea, por la gran araña de bronce, toda encendida, y por las amplias tapicerías cuya acción es siempre doble, tanto por la parte física en la conservación del calor y la defensa, cuanto por la parte moral en la asociación de ideas que provocan los nobles pliegues del terciopelo y el raso.


No había la animación de la gran fiesta: era simplemente la familia y algunos íntimos en ese ambiente tranquilo que sigue a la comida del hogar. Pasando al salón, se habían diseminado las señoras cerca del fuego, y los hombres, en diversos grupos, continuaban algún último tema de conversación pendiente en el comedor.

Había entrado allí con una familiaridad de trato social que no alteró el ambiente, un hombre original, alto, de buenas formas, color de ébano y vestido de rigurosa etiqueta. Era Brindis de Salas, el violinista cuyo nombre, original también, tiene ya la fama de una reputación merecida.

Todos sentían como una vaga curiosidad de agrado, aunque se trataba de cosa desconocida.

Salas se había puesto de pie, al lado del piano, en el que el maestro Rodó lo acompañaba. Su mano se alzó de pronto, cayendo con el arco sobre las cuerdas del violín. Algo extraño pasó entonces.

Aquello era un sonido, una sola nota, pero que con su vibración se había apoderado de cuantos estaban en la sala. Desde aquellos momentos todos, miraron al mismo punto, y todos parecían seguir con profunda abstracción, y algunos hasta con el movimiento de su cuerpo, los giros de la frase, sus inflexiones, el dibujo sonoro, en fin, que es el ritmo melódico.

La soberbia "Cavatina" de Raff, después de sus compases iniciales, empezaba a crecer con todo su vigor, desenvolviendo sus arranques magníficos, alzando sus entretejimientos de cantos, viboreando en giros inesperados y llenos de acentuación originalísima, alternando con vigorosísimos plaqués a cuatro cuerdas con los armónicos delicadísimos o los finales suaves y dulcemente acariciadores.

¡Raro efecto! No se oía más que la música; nadie pensaba en que se estaba oyendo a un artista. Es que este había desaparecido, aniquilado en su presencia por la vivificación que de aquel trazo hacia. Tal comprensión había en la música, tal dominio del instrumento poseía, de tal manera parecía fundirse en el, de tal manera todo su fluido vital era absorbido por aquella ejecución, que todo era como una cosa sola la música que se escuchaba.

En ese, y  ningún otro, el gran secreto de las bellas artes: el dominio del medio, sea el pincel, el arco o la palabra, de traducir noble y fielmente los íntimos fenómenos del cerebro propio, para tocar con ellos a los demás, o sea, establecer fácilmente la cadena vibratoria de centro a centro nervioso. Por eso, porque ha establecido esa cadena, la agita, la hiela o la enrojece, alguien domina a los demás que caen bajo su imperio hasta sentir la misma excitación del que ejecuta.

Llegó un momento, sin embargo, en que el ejecutante se hizo por él notable, fue cuando al tomar la frase enérgica, violentamente enérgica en su arco suave – raro efecto, porque empleando todo el poder de la muñeca no se oía roce alguno del arco con el violín – siguió aumentando aquel esplendor sonoro, cada vez mas amplio y el violín parecía multiplicarse, y las voces crecían, y entre todo eso se desgajó como un torrente de ejecuciones múltiples entrelazadas, todo tan limpio y rendido, que al redondear la frase en un giro de vuelo sorprendente, se despertó en todos un sentimiento de sorpresa, sentimiento que era el de lo nuevo -muchos no habían oído tocar así – y fue la noción de la diferencia lo que hizo volver la cabeza hacia el artista.

Fue entonces que se le aplaudió en un arranque que terminó su frase. Después de oír el ruido de las manos, comprendimos que no debíamos aplaudir mas; hacía mal efecto semejante ruido después de tales sonidos.
Imágenes gráficas de la despedida a los restos de Brindis. Revista Carteles, Junio de 1930.
Y la atención se reanudó sobre aquel artista extraño, severa estatua de ébano, seria y correcta en su escuela de movimiento, que se destacaba sobre el fondo de terciopelo y oro de la tapicería.

El siguió con todo su poder la "Cavatina"; se conoce que es un hombre de pasión por su instrumento, el noble violín, a que es natural la identificación, como formando un solo cuerpo vibrante con el ejecutor, caja de resonancia y pensamiento, que entre ambos parece hacerse como un solo elemento de arte.

Así, llevado en el movimiento musical, a la difícil "Cavatina" siguió la "Fantasía", de Ernst, sobre temas del "Otello", de Rossini. La primera había terminado con su nota larga, que poco a poco se va apagando, y la segunda empezaba con el canto inspirado del gran maestro, tomado por Ernst de la legitima manera de Rossini, seria y grandiosa, no con el error de las virtuosidades mal llamadas "rossinianas" pecado de los cantantes de la época en contra del autor, por lo que juró no escribir más operas después de su Guillermo.

En esta pieza de gran concierto, aquel hombre poseído de su momento musical que la hacía abordarla, después de otra de mucha dificultad, pudo lucir aún más su completo dominio del instrumento, así como sus condiciones generales de artista igualmente fuerte, justamente equilibrado de todos los géneros; la fuerza, el brillo, la delicadeza o la bizarra originalidad de la frase.

Apenas concluida la "Fantasía", de Ernst, el incansable violinista empezó a ejecutar una paráfrasis sobre temas de "Lucía de Lammermor". Esta pieza era la de un pasionista de la melodía llevada a los más inspirados temas del maestro divino, como decía Verdi; era también la obra de un armonista notable por sus sucesiones de acordes y de un fuerte contrapuntista que se revelaba con gran poder en la interpretación del quinteto con sus efectos orquestales y capital propio, también llenando un inmenso cuadro sonoro de un trabajo continuo sobre las cuatro cuerdas del instrumento.

Aquí la fusión del artista a su momento musical fue aún mayor, y fácil de explicarse esto, sabiendo, como se comprendió desde el principio, que esa paráfrasis es de Brindis de Salas.

Puede decirse, porque hasta ahora no hacemos un juicio crítico, sino que fielmente trasladamos la impresión recibida, que desde aquel golpe de arco primero hasta el último de la paráfrasis, todos estuvimos, no sin sentirlo, sino sintiéndolo, y mucho, bajo el encanto poderoso de aquellos sonidos que nos embargaban.

Era natural apretar la mano de aquel artista, terminada la ejecución de su paráfrasis, a lo que un buen momento de conversación animada y una taza de té en el comedor siguió como agradable parte segunda de la reunión.

Su personalidad musical es fácil, bien fácil de comprenderse desde el primer momento, justamente por su misma franqueza correcta de gran escuela, severa, definida y clara.

Brindis puede ser juzgado y rápidamente se comprende en él un artista completo, señor y dueño del instrumento, severo y correcto ejecutante, sin ninguna de las farsas de brillo dulcamaresco con que quieren deslumbrar los que de artista nada tienen.
Caras y Caretas, Montevideo, 20 de septiembre de 1891.
Hombre de talento propio, de capital individual en su manera de ejecución, ya sea abordando el género delicado, o el enérgico o el fantástico, es ceñido a la escuela moderna del violín, la que ha profundizado en todos sus recursos, los que fácilmente juegan en su mano e impregnan su ejecución de la clásica y eléctrica robustez sonora que lo caracteriza.

Brindis es, pues un artista que se presenta con el progreso de su instrumento, y los que han podido seguir la evolución del arte del violín, estudiándolo en sus más clásicos representantes, hallan en este hombre el último modelo que nos ha llegado en ese perfeccionamiento. Tan clásico es Brindis, que puede en él, al apreciarse la escuela, verse lo que ésta ha progresado.

En él la frase vale por sí misma, jamás es un medio de efecto; profundamente músico, todos los recursos de su educación artística no son sino para el arte, y de aquí la valorización de todos los matices que descubre a los que ejecuta, y que con facilidad le permiten abordar todos los géneros del instrumento, forman el cuadro musical completo que dibuja y colorea en cada pieza con armónicas equivalencias y con igual maestría, desde los grandes golpes poderosos hasta las medias tintas esfumadas como un suspiro.

Bajo la influencia de este orden de ideas, volvimos a la sala. Allí el violinista nos sorprendió con la repetición de la "Cavatina", de Raff, a la que siguió "Souvenir de Haydn", de Leonard, la admirable pieza favorita de nuestro público.

Después, Brindis tocó, simplemente como estudio brillante de una y otra mano consecutivamente, un arreglo suyo de "El Carnaval de Venecia".

Aquel alto joven extraño que nos tuvo fascinados tanto tiempo, se alejó al fin, dejando un recuerdo insistente, que no pasó en largo rato, hasta que una pequeña artista, bella cabecita rubia, dotada indudablemente de talento musical, tocó algunos momentos en el piano.

Buena noche tibia, agradable, abrigada, a la que quedaba en aquella sala, de medio tan afectuoso; fría por el contrario en la calle, donde nos alejamos entre el barbero viento de agosto."[3]


Raúl Ramos Cárdenas


[1] Un artículo del periódico Previsión, órgano del Partido Independiente de Color correspondiente al mes de Abril de 1910, se refirió a la obra de Brindis y de José White, también famoso violinista negro de la época:
"[…] White y Brindis de Salas, que arrancan a sus violines raudales de armonía que aplauden en sus salones Guillermo de Alemania y Eduardo VIII de Inglaterra, colmándoles de honores y de cruces […]"
[2] Los restos de Brindis descansan en la antigua Iglesia y Hospital de San Francisco de Paula, en la Habana Vieja, muy cerca de la Alameda de Paula. (Nota del Autor)
[3] Toledo, Armando: "Presencia y vigencia de Brindis de Salas." Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 79-84.

Bibliografía consultada:
Toledo, Armando: "Presencia y vigencia de Brindis de Salas." Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981.
Revista "Carteles", La Habana, 1 de junio de 1930.
Fototeca del Archivo Nacional de la República de Cuba.
Diario "La Discusión", 6 y 15 de junio de 1911.
Periódico "Previsión", abril de 1910.