lunes, 20 de septiembre de 2010

¡ Bisturí, por favor !

Joaquín María Albarrán Domínguez (1860-1912).
Quien se aventura por la rue Solférino de París, descubre con facilidad en la fachada del numero 2 bis, una placa de mármol con la siguiente inscripción en francés :
Aquí vivió el cirujano Joaquín Albarrán (1860-1912), profesor de la Facultad de Medicina.”


¡Albarrán! : esas tres sílabas evocan una de las figuras más impresionantes y extraordinarias que ha conocido nuestra generación.” En esos términos escribió su colega el profesor Fernand Widal.
Este sagüero por nacimiento y raíz vio la luz el 9 de marzo de 1860 y sus coterráneos son conscientes de la importancia de sus aportes a la medicina mundial.
Parte de sus estudios primarios se transcurrieron en el Colegio de los Jesuitas de Belén, durante un período convulso entre la metrópolis y la colonia cubana que desataría las tensiones en una “Guerra de Diez Años”. Pero la familia de Joaquín, para librarlo en cierta manera de esta contienda, decidió enviarlo a continuar sus estudios a Barcelona.
En la Ciudad Condal, el alumno de 19 años, obtuvo la licenciatura en medicina y, más tarde, el doctorado en la Universidad de Madrid. Pese a tantos títulos tempranamente alcanzados, el joven Albarrán decidió trasladarse a París, con el objetivo de completar los conocimientos que le llevarían a ejercer en Cuba. Pero en 1883, justo en el término de un nuevo ciclo de estudios, el insistente reclamo de sus profesores, lo retendrán definitivamente en París.
En apenas cinco años, Albarrán se convertirá en interno de los servicios del Dr. Félix Guyon, fundador de la urología, especialidad a la que el médico cubano decide consagrar su carrera. La publicación de su voluminosa tesis sobre “El Riñón de los urinarios”, en 1889, será el primero de una serie de 221 trabajos científicos que abarcaron y renovaron todos los aspectos de la insipiente especialidad de urología.
Dentro de su perpetua formación, el doctor cubano se interesó por la bactereología y el profesor Joseph Grancher, esposo de Rosa Abreu, lo introdujo en el prestigioso laboratorio de Louis Pasteur de la rue d’Ulm.
En 1906, cuando es designado unánimemente catedrático de las enfermedades de las vías urinarias, el profesor Albarrán ya beneficiaba de una inmensa reputación : desde 1890, era jefe de clínica en el hospital Necker; además, sus obras mayores sobre los tumores de la vejiga y del riñón, así como sus exploraciones de las funciones renales, se habían publicado y traducido en varios idiomas.
A partir de 1897, se podía decir que un operado no debía morir por insuficiencia renal. En efecto, ese año, el galeno cubano presentó a la Academia de Medicina la llamada “uña de Albarrán”, resorte que se adaptaba al citoscopio y que permitía sondear los uréteres, dirigiendo fácilmente el catéter hasta el riñón.
Albarrán impresionó y cautivo a todos por su ciencia y su personalidad. El profesor Cathelin, uno de sus biógrafos escribió : “fue grande por el corazón como por el espíritu... Fue ciertamente el cerebro más lúcido, más claro, más límpido y más sintético que jamás he conocido”.
Cuantiosos jóvenes graduados de diferentes naciones venían al hospital Necker, atraídos por el renombre del médico cubano y con el deseo final de especializarse en urología. Incluso desde Cuba vino el doctor Manuel Ramírez Cruz (1888-1957), quien fue médico interno en dicho hospital, para luego pasar como urólogo de la escuela de Albarrán en la ciudad de Cienfuegos.
En Sagua la Grande, el hijo predilecto tiene un monumento en el cual están grabadas las palabras que Joaquín Albarrán dedicó al Fígaro de La Habana, en ocasión de un viaje que realizó a Cuba en 1890 : “Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la gran nación francesa, nunca olvido que soy cubano y siempre tenderá mi esfuerzo a hacerme digno de la tierra en que nací”.
Joaquín Albarrán y su segunda esposa Carmen de Sanjurjo Ramírez.
Sus palabras no fueron vanas. Poco antes de morir en Arcachon, el 17 de enero de 1912, dispuso que su toga y todas las medallas de reconocimiento obtenidas a través de su carrera se conservarán en Sagua; perenne testimonio de afecto y agradecimiento a un pueblo y a una isla que siempre estuvieron unidos a su destino en la capital francesa.
Acta de defunción de Joaquín Albarrán.

4 comentarios:

Frida M dijo...

Extraordinara vida.
Gracias por el post.

Yamil Cuellar dijo...

Javier, muy bueno!!!! excelente. Siempre tuve curiosidad por conocer a la persona con dicho nombre. Una de las entrecalles de mi casa en Cuba lleva su nombre. Estando con un cólico en el hospital Calixto García, el médico me dijo: Vaya a la clínica de Albarrán. Qué pensé yo? Buscando al médico por todo el salón hasta descubrir el busto en el centro. Mis amigos letrados y yo siempre nos reímos de ese agujero ignorante de mi vida jajaja. Un saludo

Maykel dijo...

Albarrán es legendario. ¿Conoces el episodio, contado por un literato francés, Léon Daudet, sobre la traqueotomía que se hizo Albarrán a sí mismo?

En Sagua todavía se habla eso.

A mí me conmueve sobre todo su agonía, en Arcachón, cuando el doctor Hernández, su amigo de la infancia, fue a verlo, y Albarrán le dijo, enfáticamente: "Háblame de mi Cuba y de mi Sagua". Y también: "Dile a los sagüeros que mi último pensamiento será para ellos."

Hace unos meses conversé con su sobrina, Cristina Diéguez Presno, y también intercambié algunos mensajes con su nieto Thierry Gaudin. Ellos no me confirmaron el dato, pero asegura una biografía muy confiable que a su muerte Albarrán estaba nominado para el Nobel de Medicina.

La Medalla de Oro de los Hospitales se conserva el Museo Histórico de esta ciudad, lo mismo que su toga, carcomida en la urna.

El monumento en el parque que lleva su nombre, lo esculpió Vilalta Saavedra. Es unas de las piezas del escultor que pueden verse en Cuba fuera de La Habana. Se especifica en el pedestal, debajo de los escudos de Sagua y de París, que es un "tributo levantado en vida". la develaron en 1910. No creo que abunden esta clase de homenajes, todavía en vida del homenajeado.

En Barcelona, una calle lleva su nombre, lo mismo que en Sagua.

Gracias, sobre todo, por las fotos. No conocía la última, donde posó junto a su segunda esposa.

Javier, un abrazo.

Anónimo dijo...

Ah mira por este post al fin conosco la historia asi se llama el policlinico que me tocabaz"Joaquin Albarran"