miércoles, 20 de enero de 2010

ICONOGRAFIA CUBANA XIX : “Sí, soy Brindis de Salas. Pero me muero..!”

Una rara y poco vista fotografía de Claudio José Brindis de Salas Garrido (1852-1911) en su lecho de muerte del depósito de cadáveres de la Asistencia Pública de Buenos Aires, el 1 de junio de 1911.


- “ ¡Hola! ¿Hablo con la Asistencia Pública?
- Sí, señor. ¿Y yo?
- Con la fonda y posada "Ai re dei vini", del Paseo de Julio, 294. Sirvase mandar una ambulancia a recoger un enfermo grave. Es un negro atorrante que se está muriendo.

Una ambulancia fue. Regresó trayendo al infeliz. Se le acostó en una cama para examinarle. Era un negro. Dos enfermeros comenzaron a quitarle el traje. Tenía el saco y los pantalones sucios y descosidos. Los botines rotos. Las prendas interiores eran... ¡qué pena! ¡qué asco! Daba pena y asco, en verdad, toda aquella miseria. La camisa, inmunda. Y debajo, en vez de camiseta, un corsé masculino con ballenas. Un corsé parecido al que usan las mujeres. ¡Pero, qué sucio!


Otra rara imagen del "Rey de las octavas" en el depósito de cadaveres de la Asistencia Pública.

- ¿Quién será este hombre?
- Un atorrante, sin duda.
- Aquí, en este bolsillo, tiene algunos papeles. Hay un pasaje. El programa de un concierto en Ronda. Una tarjeta. Un pasaporte... ¿Qué dicen?
- Caballero de Brindis, baron de Salas. ¡Oh! ¡Es el célebre violinista Brindis de Salas!...

Al oirse nombrar el moribundo tuvo un segundo de lucidez. Abrió los ojos y dijo:

- Sí, soy Brindis de Salas. Pero me muero..!

El corsé, que a pesar de su miseria, llevaba puesto Brindis de Salas al ser recogido por la Asistencia Pública.

Después cerró los ojos. Empezó a agonizar. Y lentamente, tranquilamente, se fue quedando frío. Duro. Yerto. ¡Muerto!.... En una parihuela de carnicería llevaron su cadáver al depósito de la Asistencia Pública. Allí lo tiraron, junto a un joven suicida y a un viejo ladrón a quien un compañero matara de un balazo. Así lo encontré yo. Sobre el cadáver habían puesto su ropa y su corsé mugriento. Ese corsé era el último reflejo de la vanidad del pobre negro...”



El "Pagagini negro" a los 28 años con su Stradivarius y la condecoración prusiana de la Orden del Aguila Negra (Hoher Orden vom Schwarzen Adler).

Así nos cuenta el periodista argentino Agapito Candileja, pseudónimo de Juan José de Soiza Reilly (1879-1959), el triste desenlace del “Rey de las octavas”, del “Paganini negro”, del Chevalier Claudio José Brindis de Salas, el 1 de junio de 1911 en Buenos Aires. Triste desenlace si recordamos que el conocido violinista cubano, admirado en toda Europa y América, no sólo por su talento ni por su genio, si no también por su condición y raza, por sus maneras, por su fusión con el violín, y por el efectismo de su interpretación. Brindis escuchaba la voz de su propio violín y se embriagaba con las armonías que él mismo se arrancaba del espiritu, borracho de su música y de su gloria.


Fotografía tomada en Cienfuegos en diciembre de 1901 y enviada con una dedicatoria autógrafa a una señorita argentina.


Unos días antes de morir, Brindis entraba en una tienda de cambalache de la calle Rivadavia n° 3289 de la capital porteña para ofrecer en depósito-venta su tesoro más valioso: su violín. Un empleado cuenta que vio entrar en el negocio a un negro sucio y andrajoso proponiéndole a la venta un violin. En un principio creyó que se trataba de un ladrón, pero Brindis al ver la desconfianza en los ojos de su interlocutor le dijo:

“Vea, señor: yo no soy lo que aparento. Ahora estoy pobre, pero he sido muy rico.”


Recibo que Brindis de Salas firmó por los diez pesos que recibió por su violín, estableciendo el plazo de un mes para poderlo rescatar.


El Chevalier colocó el violín bajo la barbilla, empuñó el arco y tocó una hermosa barcarola. El empleado supuso que tal vez el negro fuera algún músico de campaña que necesitaba vender su instrumento y entonces le ofreció diez pesos argentinos con un recibo estableciendo el plazo de un mes para poderlo rescatar. Brindis le rogó al empleado de no venderlo hasta después haber pasado un mes porque creía poder recuperarlo al día siguiente. Dicho ésto, el violinista cubano salió del establecimiento y se dirigió a una esquina de la calle, pero a los pocos segundos estaba nuevamente de regreso para pedir al dependiente, por última vez, que le diera el violín: “Quiero despedirme de él”, musitó Brindis. Lo tomó en sus brazos como quien alza a un niño y lo besó, lo besó con furia loca en las cuerdas, en el mango, en la caja de resonancia, desde la tabla armónica hasta la tabla de fondo. Luego se fue, tomando el tranvía n° 3 hacia el centro de la ciudad y no se le vio más.

Se puede observar casi al centro de la imagen el violín de Brindis de Salas en el cambalache de la calle Rivadavia n° 3289 de la capital porteña.

El violín que constituyó toda su fortuna, toda su felicidad y todo su orgullo habría de venderlo por la módica suma de diez pesos; ese mismo violín que había hecho grabar al dorso su nombre y fecha, un 20 de enero de 1900.


Uno de los violines utilizados en Argentina por el artista cubano, obsequiado más tarde al segundo bajo Pedro Candi cuando le regalaron el Stradivarius.

viernes, 1 de enero de 2010

Feliz año nuevo 2010 !