Catalina Lasa del Río (1874 - 1930). © Colección Javier de Castromori. (Prohibida su reproducción sin autorización). |
Hace cierto tiempo vengo prometiendo la publicación del resultado de largos años de investigación sobre un personaje que han convertido con los años en una especie de leyenda urbana: Catalina Lasa.
Casi decidido a comenzar su escritura, acompañada de documentos originales y de un material gráfico importante, he aquí un viejo amigo de La Habana quien me comunica un testimonio alarmante sobre la destrucción del famoso mausoleo de la necrópolis de Cristobal Colón, acompañado de unas imágenes escalofriantes.
Tomaré entonces, como punto de partida para abordar la historia de esta mujer, este comunicado que me obliga a lanzar abiertamente una denuncia contra aquellos que saquean y dejan saquear, lo poco que queda del patrimonio nacional.
Agrego al texto y las fotografías de Norge Espinosa, algunas de las fotos que pertenecen a mi colección particular y que aún no había decidido hacer públicas.
Javier de Castromori.
Protagonista de una intensa historia de amor, ni en su tumba la bella matancera parece haber encontrado sosiego.
Durante décadas La Habana ha mantenido el misterio alrededor de Catalina Lasa, aquella hermosa mujer que enfrentó tabúes y prejuicios en su día con tal de vivir lo que hoy se recuerda como un gran amor.
Su romance con Juan Pedro Baró, como bien se sabe, la llevó a enfrentarse a la familia de Luis Estévez y Marta Abreu, ya que había contraído matrimonio con el hijo de estos ilustres cubanos, Pedro Luis Estévez, en 1898. Casado Juan Pedro, por su lado, con Rosa Varona, el
descubrimiento del idilio devino escándalo, que solo vino a resolverse con la aprobación del divorcio en Cuba, ley que finalmente les permitió romper sus matrimonios previos y enlazarse como pareja a la vista de todos, tras varios años residiendo fuera del país, en 1917.
La hermosa casa de Paseo entre 17 y 19, inaugurada en 1926, es el testimonio del amor que Baró sintió por esa matancera, cuyo nombre identificaba también a una variedad de rosas amarillas creadas para honrar a la que fue una de las mujeres más bellas de la capital cubana. Catalina, sin embargo, no llegó a disfrutar tanto como se esperaba de dicha mansión, levantada a partir de los planos de los célebres arquitectos Govantes y Cabarrocas. Falleció a cuatro años de haberse instalado en ella, y en su honor Juan Pedro Baró levantó un mausoleo en la Necrópolis de Colón que impresiona por sus líneas art-decó, su monumentalidad y sencillez, y que aún hoy deslumbra al visitante de ese cementerio.
Su romance con Juan Pedro Baró, como bien se sabe, la llevó a enfrentarse a la familia de Luis Estévez y Marta Abreu, ya que había contraído matrimonio con el hijo de estos ilustres cubanos, Pedro Luis Estévez, en 1898. Casado Juan Pedro, por su lado, con Rosa Varona, el
descubrimiento del idilio devino escándalo, que solo vino a resolverse con la aprobación del divorcio en Cuba, ley que finalmente les permitió romper sus matrimonios previos y enlazarse como pareja a la vista de todos, tras varios años residiendo fuera del país, en 1917.
La hermosa casa de Paseo entre 17 y 19, inaugurada en 1926, es el testimonio del amor que Baró sintió por esa matancera, cuyo nombre identificaba también a una variedad de rosas amarillas creadas para honrar a la que fue una de las mujeres más bellas de la capital cubana. Catalina, sin embargo, no llegó a disfrutar tanto como se esperaba de dicha mansión, levantada a partir de los planos de los célebres arquitectos Govantes y Cabarrocas. Falleció a cuatro años de haberse instalado en ella, y en su honor Juan Pedro Baró levantó un mausoleo en la Necrópolis de Colón que impresiona por sus líneas art-decó, su monumentalidad y sencillez, y que aún hoy deslumbra al visitante de ese cementerio.
Con frecuencia he pasado frente a ese mausoleo. Mi amigo Javier de Castromori, hoy residente en España y animador del blog Memorandum vitae, me habló por vez primera de Catalina Lasa a inicios de los 90, y me mostró en la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional sus retratos en la prensa de la época en que era una celebridad habanera, así como las fotos que él había podido hacer del interior de la majestuosa tumba, al romperse uno de los cristales Lalique que filtran la luz en dicho monumento, y haber sido sustituido por una placa de vidrio transparente. Aquellas imágenes me permitieron admirar las mamparas de cristal Lalique, allí colocadas, entre la recia puerta y las lápidas de los amantes, unidos en el mismo sitio también en la muerte, como si los protegieran de futuros acosos a la paz que tal vez hallarían en el otro mundo. Una cruz, también Lalique, coronaba el conjunto, como extensión de la casa en la que poco vivieron, ornamentada por el mismo cristalero francés.
Con mi cámara en mano, decidí atravesar hace poco el cementerio y fotografiar algunos de sus monumentos. Pensaba en hacer fotos al mauselo de Catalina Lasa, y enviárselas a Javier, para que supiera del estado actual de un monumento que tanto admiraba. Hace no más de dos años, el cristal transparente aún estaba en su sitio, y quien supiera el detalle, podía asomarse y contemplar aquellas mamparas, con relieves alusivos a las rosas Catalina Lasa. No creo poder describir con palabras exactas lo que sentí al hallar que dicho cristal, y el que le sucedía en altura, han desaparecido. Un tapón de cemento los sustituye, y a través de otros cristales rotos, pude hacer la foto que acompaña esta nota, la cual demuestra que ya esas mamparas no existen, que alguien osó romper ese presunto descanso eterno, y las retiró de ese lugar. Quedan apenas las estructuras de las que fueran unas hermosas piezas funerarias, y el misterio de cómo se esfumaron, y hacia qué manos, esos fragmentos del misterio, uno más, que parece rodear a Catalina Lasa.
Con mi cámara en mano, decidí atravesar hace poco el cementerio y fotografiar algunos de sus monumentos. Pensaba en hacer fotos al mauselo de Catalina Lasa, y enviárselas a Javier, para que supiera del estado actual de un monumento que tanto admiraba. Hace no más de dos años, el cristal transparente aún estaba en su sitio, y quien supiera el detalle, podía asomarse y contemplar aquellas mamparas, con relieves alusivos a las rosas Catalina Lasa. No creo poder describir con palabras exactas lo que sentí al hallar que dicho cristal, y el que le sucedía en altura, han desaparecido. Un tapón de cemento los sustituye, y a través de otros cristales rotos, pude hacer la foto que acompaña esta nota, la cual demuestra que ya esas mamparas no existen, que alguien osó romper ese presunto descanso eterno, y las retiró de ese lugar. Quedan apenas las estructuras de las que fueran unas hermosas piezas funerarias, y el misterio de cómo se esfumaron, y hacia qué manos, esos fragmentos del misterio, uno más, que parece rodear a Catalina Lasa.
Ella, que ha sabido seducir a Rosa Ileana Boudet, Mario Coyula y otros escritores e intelectuales, inspirándoles obras que su espíritu protagoniza, tal vez pueda revelar a alguno de ellos la clave de este nuevo enigma, que por ahora parce privar a la Necrópolis de Colón de parte del esplendor de una de sus más alabadas joyas.
Norge Espinosa, La Habana, 11 de junio de 2011.
(Poeta, escritor y dramaturgo cubano)