© Samuel Bertrand. |
Se suele decir que la historia se repite. De hecho, en la vida colectiva de una nación, como en la personal de cada individuo, se presentan a menudo las mismas situaciones, se buscan idénticas soluciones y se cometen de continuo los errores que tan nefastas consecuencias han tenido en momentos pretéritos.
Sería difícil negar que la realidad tripartita de Cuba, tal y como Maestri la percibiera, haya perdido actualidad o vigencia. Más aún: podríamos afirmar que el divorcio entre las dos primeras Cubas es más evidente que nunca. Por una parte, la población que sobrevive penosamente en los escombros de una sociedad desarticulada, de una economía destruida por la ineficiencia de un sistema obtuso. Por otra, la casta burocrático-militar que se aferra a privilegios de poder, a prebendas que escapan a todo control, dentro de una estructura de partido único que se confunde con el Estado.
Añadiríamos incluso que Cuba, «no pudiendo levantarse al nivel de los tiempos, pretendió –vicio histórico- lo imposible: rebajar el nivel de los tiempos al de su propia ruina». Así se expresaba Raúl Maestri en su libro Arango y Parreño, el estadista sin estado (La Habana, 1937), al evocar la España de Fernando VII.
La «tercera Cuba» señalada por Maestri resurge siempre con mayor fuerza. Al cabo de más de un cuarto de siglo de propaganda estrechamente nacionalista, en un contexto de fracaso económico, se vuelve a ofrecer la isla al capital extranjero, y ni siquiera al mejor postor. Como a principios de la República, como en los años de las dictaduras de Machado y de Batista, se propugna de nuevo la misma solución, la introducción de «la otra Cuba», a la que esta vez se le atribuyen prerrogativas que se niegan a los ciudadanos del país.
Anteriormente, sin embargo, la invasión del capital extranjero se encontraba frenada por la existencia de una burguesía nacional productiva, cuyos intereses propios hubieran sido afectados por una presencia demasiado masiva de inversionistas foráneos. El desposeimiento de la riqueza nacional a favor del extranjero lo evitaba precisamente el dinamismo de esa burguesía criolla naciente, que actuaba dentro de los amplios márgenes de una economía liberal.
¿Qué pudo haber sucedido entre tanto, para que se pretenda atraer por cualquier medio a todo tipo de capital no cubano y se propugne esta política como el único remedio a los problemas contemporáneos ?
Un buen analista describe correctamente una situación a partir del estudio de las causas próximas y remotas, lo cual le permite prever las consecuencias, incluso a largo plazo.. En ese sentido, ejerce una especie de misión profética que sería poco inteligente desdeñar. Ya en 1929 Raúl Maestri advierte a sus conciudadanos y los pone en guardia contra la mortal aventura que supondría «una hiperestesia en las masas que, como por anuncio mágico, las haría seguir al líder o al apóstol que predican la muerte o la dación». El resto: la opresión de la Cuba vital por la oficial, la aniquilación del país y su entrega posterior a la Cuba no cubana, es historia harto conocida. Denigrar las intituciones republicanas existentes antes de 1959 constituye uno de los tópicos de la propaganda estatal.
Cabe destacar que más de una voz se alzó en las décadas que precedieron al «líder de la muerte y la dación», en defensa de una sociedad auténticamente cubana. Vamos a exhumar dos intentos legislativos encaminados a proteger la economía nacional.
Corría el año de 1903 y la joven República se enfrentaba al reto de la exportación hacia su suelo de capitales del Norte. Manuel Sanguily se dirige entonces al Senado y clama con angustia contra «los privilegios que corremos a virtud de la irrupción de extranjeros que vienen a Cuba con el exclusivo objeto de acquirir a bajo precio porciones inmensas de tierra, y la prontitud con que sus dueños cubanos, por imprevisión o por ansia mal calculada de obtener dinero en efectivo, se desprenden de su patrimonio». Sanguily elaboraba un proyecto de ley en nueve artículos, cuya finalidad era prohibir terminantemente «todo contrato o pacto a virtud de los cuales se enagenen los bienes raíces a favor de extranjeros».
Como la intervención de Sanguily no alcanzó el éxito que merecía, otros políticos, entre los cuales figuraban Emilio Arteaga, Enrique Collazo y Carlos Mendieta, presentan a la Cámara de Representantes, el 18 de febrero de 1909, otra proposición de ley que transcribimos a continuación:
«Artículo primero. Sólo los cubanos, por naturaleza o naturalización, podrán obtener propiedades en Cuba.
Artículo segundo. Se suspenderán todas las transaciones o traspasos de dominio que se hayan iniciado para conceder derechos de propiedad a los extranjeros.
Artículo tercero. Esta ley comenzará a surtir sus efectos desde su publicación en la Gaceta.»
La proposición no llegó a aprobarse, pero permanece como testimonio en el Diario de Sesiones del Congreso.
Hubo períodos en que la Cuba oficial supo velar por los intereses de la Cuba vital. Nadie podría negar hoy día la necesidad del aporte, en capital y tecnología, de los países industrializados a las naciones en vía de desarrollo. Si la Cuba no cubana parece ser una constante de nuestra historia, su carácter «intruso y dominante», como apunta Maestri, será siempre aberración y repetición de errores del pasado.