Pocos saben que cuba es el país de América Latina que más ha marcado el elenco de las calles de París. Y quien se pasea por la capital de Francia no dejará de percibir, en las placas de las esquinas, los nombres de tres cubanos: José Martí, el Dr. Finlay y José María de Heredia.
Francia se enorgullece del poeta parnasiano, nacido en Santiago de Cuba el 22 de noviembre de 1842, hasta el punto de considerarlo como uno de sus glorias literarias; su busto, en los jardines de Luxemburgo, acompaña los de los más famosos escritores del siglo XIX.
Monumento a Heredia en el Jardín de Luxemburgo, París. Busto en bronce, realizado por el artista francés Victor Joseph Jean Ambroise Ségoffin (1867-1925). |
Era José María de Heredia primo hermano de su homónimo, el lírico poeta del Niagara y del Himno del Desterrado, aunque éste último hubiera muerto en 1839. Ambos descendían de aquel Pedro de Heredia, fundador en el siglo XVI de Cartagena de Indias, cuya familia prosperó en Santo Domingo antes de pasar al oriente de Cuba, a raíz de la revolución de Haití.
El joven José María junto a su madre Louise Girard. © BNF |
Muy pronto, a los ocho años, vino el segundo José María a educarse en París. En 1858, sin embargo, apenas adolescente, quiso su madre que regresara a Cuba y se matriculara en la Facultad de Letras de La Habana a fin de que aprendiese correctamente la lengua de sus antepasados. Y allá, en un cuarto interior de la juguetería La Iberia de la calle Obispo, se impregnó el joven estudiante de la música y de la poesía que florecían en la entonces colonia española, al par que se entregaba con ahínco a la lectura de los libros franceses clásicos y modernos que había llevado a Cuba.
José María de Heredia a la edad de 15 años. La Habana, 1857. © BNF |
Poco permaneció en la isla, pues ya lo vemos instalado de nuevo en la década de los sesenta en París, donde se casa en 1867 con Luisa Despaigne, perteneciente a una familia de origen bretón. En Cuba, según confiesa él mismo en una carta inédita, sólo perpetró algunos versos en español: la gran poesía habría de escribirla en francés.
En 1852, Théophile Gautier habia publicado sus Émaux et Camées (Esmaltes y Camafeos) que son como el manifiesto de un nuevo movimiento literario : la poesia parnasiana. José María de Heredia lo escoge como maestro y modelo para cincelar sonetos exquisitos, a manera de bajorrelieves esculpidos en mármol de ricas vetas. Escribe en revistas francesas, regala a los amigos más cercanos sus poesías, bellamente caligrafiadas en tinta morada, y da a conocer admirables traducciones de clásicos españoles, como los cuatro tomos de la Historia verídica de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, impresas por Alphonse Lemerre entre 1878 y 1887.
Heredia nuevamente en Paris. © BNF |
De pronto ocurre, en 1893, un acontecimiento editorial sin precedentes: Heredia reúne sus poesías en un volumen titulado Les Trophées (Los Trofeos) y la primera edición de Lemerre se agota en pocas horas. Exito asombroso tratándose de un libro culto, caro – 10 francos-oro de la época – y de un poeta casi desconocido que ya rebasaba los cincuenta años.
Entre estos versos eruditos que evocan la historia del mundo, algunos se refieren a Cuba, “a las Antillas azules que se pasman bajo el ardor del astro de Occidente”, mientras llega al poeta “el perfume con que embalsama el aire natal la flor surgida otrora en el jardín de América”.
Manuscrito de Les Conquérants, uno de los sonetos de Los Trofeos en el que habla de "las Antillas azules que se pasman bajo el ardor del astro de Occidente". © BNF |
Fue tal la conmoción literaria suscitada por Los Trofeos, que ese mismo año de 1893 se otorga a Heredia la ciudadanía francesa y el 2 de febrero de 1894 se convierte en el primer y único latinoamericano, en los últimos tres siglos, en haber sido elegido a la Academia Francesa, derrotando a un agregio adversario: Émile Zola. Habría que esperar el año 1996 para que otro latinoamericano, el argentino Hector Bianchotti, fuera elegido para la tan reputada Academia.
En su discurso de recepción, no olvida Heredia hacer rebotar el honor de la elección sobre “la isla espléndida y remota donde yo nací”.
La joven Luisa Despaigne, futura esposa de Heredia. © BNF |
En 1894, igualmente, da al editor Lemerre su traducción, en una lengua sobria y arcaizante, de La monja Alférez, en la cual presenta al público francés la figura extraordinaria de Catalina de Erauso, que trueca el hábito religioso por el uniforme de soldado y participa en la conquista de América.
Poco tiempo después, fue nombrado director de la prestigiosa Biblioteca del Arsenal, en cuya residencia, a orillas del Sena, organizaba tertulias dominicales frecuentadas por hombres de letras y bibliofilos de finales del siglo XIX. En ellas conoció su hija Marie al poeta Henri de Régnier, con quien se casó. Y ella misma llego a ser notable escritora bajo el seudónimo de Gérard d’Houville. Una de sus novelas, de tema cubano, Le Séductor, se desarrolla en la patria de su padre.
José María de Heredia al final de su vida. © BNF |
Cuando en 1903 le pide el alcalde de Santiago de Cuba algunas poesías para la celebración del centenario del otro Heredia, no duda en volver a la lengua materna y escribe tres sonetos para la ocasión.
Lejos de París y casi repentinamente, el 3 de octubre de 1905, fallece José María de Heredia en el castillo de la Bourdonné, en Condé-sur-Vesgres y fue enterrado en el cementerio de Notre Dame de Bon Sécours, en Rouen. Se dice que Heredia tenía una fastidiosa afición por el juego y el alcohol, lo que le valió gastar considerables sumas de dinero, incluso a endeudarse.
Monumento a José María de Heredia en Santiago de Cuba, inaugurado el 6 de marzo de 1927. © BNF |
Cuba acababa de estrenar su independencia cuando dejo de existir este hijo suyo, uno de los más grandes poetas de la lengua francesa.