sábado, 29 de diciembre de 2012
martes, 27 de noviembre de 2012
¡Gracias, Argentina! En torno al centenario de la muerte de Brindis de Salas. Por Raúl Ramos Cárdenas.
Chevalier Brindis de Salas. Berlín. © Corbis. |
La
proclamación por parte de la Asamblea General
de la Organización
de Naciones Unidas, del año 2011 como "Año Internacional de los
Afrodescendientes" deviene ocasión propicia para evocar la memoria de una de
las más excelsas personalidades negras de Cuba en el centenario de su
desaparición física y también del 160
aniversario de su nacimiento, hecho que se conmemora en el año que cursa.
Tal
es el caso del genial violinista cubano, Claudio José Domingo Brindis de Salas
y Garrido, quien llegara al mundo un 4 de Agosto de 1852, en una humilde casa
de la habanera calle Águila - hoy marcada con el número 822 - y que paseara su
nombre y su arte a nivel internacional, en una época en que los prejuicios
raciales derivados de cuatro siglos de esclavitud en la Isla , se alzaban como poderosos
valladares para la realización plena de los ciudadanos de piel oscura en
cualquier manifestación del quehacer humano. El hecho de haber podido escalar a
lo más alto en la ejecución del más pequeño de los instrumentos de cuerda y dejado huellas de su maestría en diferentes escenarios de Europa y América durante
las tres ultimas décadas del siglo XIX, merece una justa recordación en esta
hora, que rompa con el anonimato que aún envuelve a esta gran personalidad de
la cultura entre la mayoría de los cubanos.
Gracias
a una excelente compilación de textos sobre la vida de Brindis titulada
"Presencia y vigencia de Brindis de Salas" del autor cubano Armando Toledo,
pudimos adentrarnos en facetas diversas del bien llamado "Paganini negro" calificativo con que le bautizara un diario
italiano de su época, en alusión a Nicolo Paganini, el más grande de todos los
violinistas conocidos. Dicha compilación, en la que aparecen autores que conocieron
personalmente al artista, se convierte en
referencia obligada para todo el que desee indagar sobre tan apasionante
personalidad del arte musical; no obstante, lo dicho con anterioridad no agota
la posibilidad de profundizar aún más en su existencia zigzagueante e indómita,
mas bien constituye un acicate para que investigadores y amantes del saber,
entre otros, se den a la tarea de enriquecer
en detalles una vida pletórica de éxitos, aventuras y desventuras que por regla
general caracterizan también las de otros genios de su talla.
Múltiples
fueron las relaciones que como personaje de la "gran escena" tuvo Brindis a lo
largo de su vida, las cuales avalaron los reconocimientos que con abundancia le
dedicó la crítica especializada en publicaciones de América Latina, Estados
Unidos y Europa, gracias a su exquisita
ejecución. Esta circunstancia le permitió el honor ser condecorado por varios dignatarios
europeos con las máximas órdenes de sus países, a saber: la Cruz del Águila Negra, título
de Barón del Imperio Alemán, Caballero de las Ordenes Isabel la Católica y Carlos Tercero,
de España, la Orden
del Cristo, de Portugal y la de Caballero de la Legión de Honor, de Francia
- entre otras – dan una imagen del rango alcanzado por esta legendaria figura [1].
El
color de su piel no le impidió - casi milagrosamente - abrirse paso en la
escala social del país en que naciera, por entonces una de las últimas colonias
de España en América, con un caduco
sistema esclavista que consideraba al hombre negro poco menos que una simple
mercancía. La especial circunstancia de haber contado con un padre músico, profesión
en la que les era permitido moverse en sociedad a algunos negros "libres" amén
de la férrea y esmerada educación que este dio a sus hijos, contribuyó a que el talento infantil de Brindis
pudiera ser encausado, entre otros mentores, por un reconocido maestro del violín radicado en la
capital de la Isla
por aquellos días, el belga José Vander Gutch, a cuya iniciativa debió el
pequeño Brindis su debut en el Liceo Artístico de la Habana el 18 de Diciembre
de 1863, con apenas 11 años de edad.
El joven Brindis de Salas. |
Nada
de esto podría explicarse en la vida de aquel joven negro, si no fuera, entre
otras consideraciones, por la grandeza del genio, que no reconoce fronteras y por
la calidad del claustro de profesores
que pulieron allí su arte, lo que unido a sus dotes indiscutibles para la
ejecución del instrumento y el roce natural con la vanguardia violinística de la
época, llevaron a Brindis a la perfección de su arte y posterior consagración,
que le catapultó al éxito, a la fama y las glorias; se cuenta que tuvo al “desorden
como norma y al mundo por escenario” hasta el declive total de su estrellato.
A
la Argentina ,
ese hermano país de nuestra América y tierra generosa que acogió sus restos
tras su muerte, ocurrida el 2 de Junio de 1911, debemos los cubanos gratitud eterna.
Solo la casualidad impidió que Brindis fuera olvidado para siempre, dadas las
tristes condiciones en que se encontró su cuerpo agonizante, dos días antes de
su deceso, en una humilde posada de Buenos Aires: solo, enfermo, sucio, con las
ropas y los zapatos raídos, que únicamente por el orgullo característico de su
raza y estirpe, hicieron revelar su identidad en esa hora fatal al encontrar los
enfermeros que le atendían un corsé mugriento, apretado a su cintura - resto de
sus días de gentleman - en los bolsillos del saco un pasaporte, un programa de
presentaciones y un retrato de mujer, lo cual les hizo comprender de quien se
trataba, preguntándose a la vez, quizás, como el ídolo de ayer, tan rico, aclamado
y famoso, se despedía de este mundo en forma tan deplorable como aquella, tras
arribar por última vez a esa misma tierra que antaño le viera triunfar rotundamente.
Lo
que sucedió después pertenece a la leyenda. Con la identidad ya descubierta y
conocida la noticia en aquella inmensa urbe, que le aplaudió y amó hasta el
delirio en sus días de gloria (se cuenta que
los argentinos le obsequiaron un valioso violín de la marca Stradivarius )
la colonia cubana residente allí, con la ayuda de la revista ilustrada PBT, le
tributó solemnes funerales, a los que concurrió todo el mundo artístico y la
afición musical porteña, dándole piadosa sepultura en una modesta tumba
provisional del Cementerio del Oeste (La Chacarita ) en espera de las gestiones de
repatriación que debía realizar algún día el gobierno de Cuba.
"Brindis de Salas._
Los periódicos que
reciben el servicio cablegráfico de la Agencia Laffan , publican esta
mañana el mensaje siguiente:
Buenos Aires._
Junio 5. Claudio José Domingo Brindis de Salas el famoso violinista cubano,
falleció en un hospital de esta ciudad el día dos del corriente mes de Junio.
Su presencia en
esta capital, donde cosechó tantos laureles era ignorada de todo el mundo y su
muerte ha causado sorpresa y dolor entre los amantes del arte.
El gran violinista cubano había estado arrastrando
una mísera existencia en uno de los barrios más pobres de esta ciudad."
Posteriormente,
el 15 de Junio, la misma fuente publicó una reseña titulada "Algo de música" de
la autoría del señor Hubert de Blanck, quien a grandes rasgos hacía un esbozo
de la vida y obra de aquel genial artífice de las cuerdas.
Con
el devenir de los años y fresco aún el recuerdo del Paganini negro en el
corazón de los argentinos, este volvió a convertirse en noticia el 11 de Junio
de 1917, fecha en que se cumplía el plazo de estancia fijado por las
autoridades del cementerio bonaerense, lo que obligaban a enviar los restos del
artista al osario general. Por ello el diario La Razón
alzó su voz exhortando a que se le diese una sepultura merecedora de la alta alcurnia
artística al genio cubano.
Fotografía del artista en su etapa de madurez. |
Como
muestran algunas de las imágenes que acompañan este trabajo, tanto argentinos
como cubanos rindieron una vez más sentido homenaje de despedida al artista, que incluyó una solemne misa en la Basílica de San Francisco,
luego que sus cenizas fueran depositadas en una
urna de bronce, obra del escultor Luis Perlotti. A continuación, se
celebró una velada lírico-musical organizada por la asociación musical Amigos
del Arte, con números de canto y música, recitación de versos y discursos del
ministro cubano, de Martín Durañona y
Eduardo Zicari, en representación de la Sociedad de Artistas Camuati y de Jorge Servetti,
representante del Sindicato de Autores Cubanos en Buenos Aires.
Lamentablemente,
hay que aceptar que han sido escasos e insuficientes en su país de origen las
referencias y el reconocimiento que merece este grande de la música. Pienso que
si no se le reconoce en su tierra es, en parte, porque no se le conoce suficientemente y
porque sus hechos – que fueron muchos e importantes – yacen en un inaceptable
olvido para los cubanos de hoy. Por solo mencionar un detalle: la fachada de la
casa donde viniera al mundo esta gloria de Cuba luce hoy un estado muy
deplorable, tanto para la comunidad en general como para los visitantes
extranjeros que en alguna ocasión se hayan detenido asombrados ante la también
descuidada tarja que identifica el hecho histórico y que - por ironías del
destino o por azar – se mantiene aún desafiante a los embates del clima y la
desidia.
Por
ello me gustaría dedicar estas sencillas letras al coloso de ébano, más allá del
vínculo familiar que nos une. De pequeño, recuerdo haber escuchado la
referencia al apellido Brindis, una y otra vez, en tertulias hogareñas a las
que podía tener acceso, hasta que con los años y la consecuente precisión de
mis padres y parientes más cercanos, pude conocer - para mi sorpresa - de que mi
bisabuelo materno, el señor Juan Calves Brindis, había sido sobrino del gran
violinista y que por esa razón a nuestra familia se le identificaba como “los
Brindis” en el habanero barrio de Belén, lugar de residencia de mis antepasados
y el mío propio.
Aunque
en la actualidad el apellido ya ha desaparecido en esta rama del parentesco familiar, aún se mantiene entre
los que vivimos el orgullo hacia la figura del
"Chevalier" Brindis de
Salas.
El
talento y la majestuosidad interpretativa del Gran Maestro del violín, tantas
veces alabadas por el público y la crítica de su época, fueron recreados acertadamente en su día por medio de un
artículo que vio la luz en el diario argentino La Nación ,
gracias a la destreza literaria del crítico de arte Enrique Frexas, testigo presencial de la actuación del artista
en una fiesta privada, celebrada en la casa del prócer de ese país, Bartolomé
Mitre, una fría noche de agosto de 1889.
Debió
haber sido impactante en grado sumo la reacción de los presentes, incluyendo la
del propio Frexas, ante el derroche de melodía y habilidad violinística por
parte del intérprete en aquella velada, para escribir como lo hizo este anónimo
crítico. Tal vez, nunca imaginó la repercusión que iba a tener su propuesta,
pues a partir de ella se le abrieron de par en par a Brindis las puertas del
éxito en ese país hasta convertirse en uno de sus ídolos.
Por el exquisito detalle con que el autor describe un acontecimiento especial para la historia de la música, esta pieza literaria que a continuación regalamos al lector, califica como un insuperable testimonio que nos devuelve - a la distancia de cien años - a un Brindis de Salas de carne y hueso, embriagando a todos sus admiradores con las más extraordinarias notas de su mágico violín.
"Afuera hacía un
intenso frío, el frío de la cruda noche del domingo. Adentro, en la sala de
familia, el aire estaba templado por el fuego de la chimenea, por la gran araña
de bronce, toda encendida, y por las amplias tapicerías cuya acción es siempre
doble, tanto por la parte física en la conservación del calor y la defensa,
cuanto por la parte moral en la asociación de ideas que provocan los nobles
pliegues del terciopelo y el raso.
No había la
animación de la gran fiesta: era simplemente la familia y algunos íntimos en
ese ambiente tranquilo que sigue a la comida del hogar. Pasando al salón, se habían
diseminado las señoras cerca del fuego, y los hombres, en diversos grupos,
continuaban algún último tema de conversación pendiente en el comedor.
Había entrado allí
con una familiaridad de trato social que no alteró el ambiente, un hombre
original, alto, de buenas formas, color de ébano y vestido de rigurosa
etiqueta. Era Brindis de Salas, el violinista cuyo nombre, original también,
tiene ya la fama de una reputación merecida.
Todos sentían como
una vaga curiosidad de agrado, aunque se trataba de cosa desconocida.
Salas se había
puesto de pie, al lado del piano, en el que el maestro Rodó lo acompañaba. Su
mano se alzó de pronto, cayendo con el arco sobre las cuerdas del violín. Algo
extraño pasó entonces.
Aquello era un
sonido, una sola nota, pero que con su vibración se había apoderado de cuantos
estaban en la sala. Desde aquellos momentos todos, miraron al mismo punto, y
todos parecían seguir con profunda abstracción, y algunos hasta con el
movimiento de su cuerpo, los giros de la frase, sus inflexiones, el dibujo
sonoro, en fin, que es el ritmo melódico.
La soberbia "Cavatina"
de Raff, después de sus compases iniciales, empezaba a crecer con todo su
vigor, desenvolviendo sus arranques magníficos, alzando sus entretejimientos de
cantos, viboreando en giros inesperados y llenos de acentuación originalísima,
alternando con vigorosísimos plaqués a cuatro cuerdas con los armónicos delicadísimos
o los finales suaves y dulcemente acariciadores.
¡Raro efecto! No se
oía más que la música; nadie pensaba en que se estaba oyendo a un artista. Es
que este había desaparecido, aniquilado en su presencia por la vivificación que
de aquel trazo hacia. Tal comprensión había en la música, tal dominio del
instrumento poseía, de tal manera parecía fundirse en el, de tal manera todo su
fluido vital era absorbido por aquella ejecución, que todo era como una cosa
sola la música que se escuchaba.
En ese, y ningún otro, el gran secreto de las bellas
artes: el dominio del medio, sea el pincel, el arco o la palabra, de traducir
noble y fielmente los íntimos fenómenos del cerebro propio, para tocar con
ellos a los demás, o sea, establecer fácilmente la cadena vibratoria de centro
a centro nervioso. Por eso, porque ha establecido esa cadena, la agita, la
hiela o la enrojece, alguien domina a los demás que caen bajo su imperio hasta
sentir la misma excitación del que ejecuta.
Llegó un momento,
sin embargo, en que el ejecutante se hizo por él notable, fue cuando al tomar
la frase enérgica, violentamente enérgica en su arco suave – raro efecto,
porque empleando todo el poder de la muñeca no se oía roce alguno del arco con
el violín – siguió aumentando aquel esplendor sonoro, cada vez mas amplio y el violín
parecía multiplicarse, y las voces crecían, y entre todo eso se desgajó como un
torrente de ejecuciones múltiples entrelazadas, todo tan limpio y rendido, que
al redondear la frase en un giro de vuelo sorprendente, se despertó en todos un
sentimiento de sorpresa, sentimiento que era el de lo nuevo -muchos no habían oído
tocar así – y fue la noción de la diferencia lo que hizo volver la cabeza hacia
el artista.
Fue entonces que se
le aplaudió en un arranque que terminó su frase. Después de oír el ruido de las
manos, comprendimos que no debíamos aplaudir mas; hacía mal efecto semejante
ruido después de tales sonidos.
Y la atención se
reanudó sobre aquel artista extraño, severa estatua de ébano, seria y correcta
en su escuela de movimiento, que se destacaba sobre el fondo de terciopelo y
oro de la tapicería.
El siguió con todo
su poder la "Cavatina"; se conoce que es un hombre de pasión por su
instrumento, el noble violín, a que es natural la identificación, como formando
un solo cuerpo vibrante con el ejecutor, caja de resonancia y pensamiento, que
entre ambos parece hacerse como un solo elemento de arte.
Así, llevado en el
movimiento musical, a la difícil "Cavatina" siguió la "Fantasía", de Ernst, sobre
temas del "Otello", de Rossini. La primera había terminado con su nota larga,
que poco a poco se va apagando, y la segunda empezaba con el canto inspirado
del gran maestro, tomado por Ernst de la legitima manera de Rossini, seria y
grandiosa, no con el error de las virtuosidades mal llamadas "rossinianas" pecado
de los cantantes de la época en contra del autor, por lo que juró no escribir más
operas después de su Guillermo.
En esta pieza de
gran concierto, aquel hombre poseído de su momento musical que la hacía
abordarla, después de otra de mucha dificultad, pudo lucir aún más su completo
dominio del instrumento, así como sus condiciones generales de artista
igualmente fuerte, justamente equilibrado de todos los géneros; la fuerza, el
brillo, la delicadeza o la bizarra originalidad de la frase.
Apenas concluida la
"Fantasía", de Ernst, el incansable violinista empezó a ejecutar una paráfrasis
sobre temas de "Lucía de Lammermor". Esta pieza era la de un pasionista de la
melodía llevada a los más inspirados temas del maestro divino, como decía
Verdi; era también la obra de un armonista notable por sus sucesiones de
acordes y de un fuerte contrapuntista que se revelaba con gran poder en la
interpretación del quinteto con sus efectos orquestales y capital propio,
también llenando un inmenso cuadro sonoro de un trabajo continuo sobre las
cuatro cuerdas del instrumento.
Aquí la fusión del
artista a su momento musical fue aún mayor, y fácil de explicarse esto,
sabiendo, como se comprendió desde el principio, que esa paráfrasis es de
Brindis de Salas.
Puede decirse,
porque hasta ahora no hacemos un juicio crítico, sino que fielmente trasladamos
la impresión recibida, que desde aquel golpe de arco primero hasta el último de
la paráfrasis, todos estuvimos, no sin sentirlo, sino sintiéndolo, y mucho,
bajo el encanto poderoso de aquellos sonidos que nos embargaban.
Era natural apretar
la mano de aquel artista, terminada la ejecución de su paráfrasis, a lo que un
buen momento de conversación animada y una taza de té en el comedor siguió como
agradable parte segunda de la reunión.
Su personalidad
musical es fácil, bien fácil de comprenderse desde el primer momento,
justamente por su misma franqueza correcta de gran escuela, severa, definida y
clara.
Brindis puede ser
juzgado y rápidamente se comprende en él un artista completo, señor y dueño del
instrumento, severo y correcto ejecutante, sin ninguna de las farsas de brillo
dulcamaresco con que quieren deslumbrar los que de artista nada tienen.
Hombre de talento
propio, de capital individual en su manera de ejecución, ya sea abordando el género
delicado, o el enérgico o el fantástico, es ceñido a la escuela moderna del violín,
la que ha profundizado en todos sus recursos, los que fácilmente juegan en su
mano e impregnan su ejecución de la clásica y eléctrica robustez sonora que lo
caracteriza.
Brindis es, pues un
artista que se presenta con el progreso de su instrumento, y los que han podido
seguir la evolución del arte del violín, estudiándolo en sus más clásicos
representantes, hallan en este hombre el último modelo que nos ha llegado en
ese perfeccionamiento. Tan clásico es Brindis, que puede en él, al apreciarse
la escuela, verse lo que ésta ha progresado.
En él la frase vale
por sí misma, jamás es un medio de efecto; profundamente músico, todos los
recursos de su educación artística no son sino para el arte, y de aquí la
valorización de todos los matices que descubre a los que ejecuta, y que con
facilidad le permiten abordar todos los géneros del instrumento, forman el
cuadro musical completo que dibuja y colorea en cada pieza con armónicas
equivalencias y con igual maestría, desde los grandes golpes poderosos hasta
las medias tintas esfumadas como un suspiro.
Bajo la influencia
de este orden de ideas, volvimos a la sala. Allí el violinista nos sorprendió
con la repetición de la "Cavatina", de Raff, a la que siguió "Souvenir de Haydn",
de Leonard, la admirable pieza favorita de nuestro público.
Después, Brindis
tocó, simplemente como estudio brillante de una y otra mano consecutivamente,
un arreglo suyo de "El Carnaval de Venecia".
Aquel alto joven
extraño que nos tuvo fascinados tanto tiempo, se alejó al fin, dejando un
recuerdo insistente, que no pasó en largo rato, hasta que una pequeña artista,
bella cabecita rubia, dotada indudablemente de talento musical, tocó algunos
momentos en el piano.
Raúl Ramos Cárdenas
[1] Un artículo del periódico Previsión, órgano del Partido Independiente
de Color correspondiente al mes de Abril de 1910, se refirió a la obra de
Brindis y de José White, también famoso violinista negro de la época:
"[…] White y Brindis de Salas, que arrancan a sus
violines raudales de armonía que aplauden en sus salones Guillermo de Alemania
y Eduardo VIII de Inglaterra, colmándoles de honores y de cruces […]"
[2] Los restos de Brindis descansan en la antigua Iglesia y
Hospital de San Francisco de Paula, en la Habana Vieja , muy cerca de la Alameda de Paula. (Nota del
Autor)
[3] Toledo, Armando: "Presencia y vigencia de Brindis de Salas." Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 79-84.
Bibliografía consultada:
Toledo, Armando: "Presencia y vigencia de Brindis de Salas." Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981.
Revista "Carteles", La Habana, 1 de junio de 1930.
Fototeca del Archivo Nacional de la República de Cuba.
Diario "La Discusión", 6 y 15 de junio de 1911.
Periódico "Previsión", abril de 1910.
Libellés :
Artes,
Brindis de Salas,
Centenario,
Música,
Música cubana,
Raúl Ramos Cárdenas,
Violín,
Violinista
jueves, 26 de julio de 2012
miércoles, 18 de julio de 2012
Cumanayagua de Gina Pellón*.
Cuban Postcard Collection, University of Miami Cuban Heritage Collection. |
Recuerdo de Cumanayagua su calle principal o Calle Real; también la iglesia y frente a ella el café en donde tomé, por la primera vez, a los siete años, mi primer helado. El Paseo del Prado o Paseo Martí, con una hilera de pinos a ambos lados que hacía pensar en ciertos pueblos norteamericanos. Cerca del Paseo, estaba el único cine, en donde vi, al menos unas diez veces, una película en la que actuaba Shirley Temple. Cumanayagua fue fundado antes que Cienfuegos, pues el pueblo ya existía hacia 1804 y poseía una parroquia dirigida por el Padre José Elías Fleites.
En mi memoria queda un pueblo que, en ese entonces, vivía al ritmo de la política. Eran los años en que el ABC, partido que se oponía a Machado, desplegaba una intensa actividad. Un pariente mío, medio hermano de mi madre, llamado Eduardo Torres Morales, periodista de profesión y fundador de no pocos periódicos en el mismo Cumanayagua y luego en Cienfuegos, nos traía a casa el acontecer político de la nación, aunque también la cultura. Pues, es justo decirlo, a pesar de no ser una localidad importante, Cumanayagua disponía de varios periódicos de amplia circulación y desarrollaba además importantes actividades sociales a través de las cuatro logias masónicas -Francisco Sánchez Curbelo, Deber n° 28, la Logia Juvenil Ajef "Dionisio Peón" y Hijas del Deber N° 42-, así como las sociedades de recreo u asociación -Liceo, Casino Español, Club Progresista, Club de Leones, Sociedad China y Centro de Veteranos- que en él existían. En el panorama político se destacaba la labor del abecedario Anaya Murillo, un activista muy generoso gracias al cual obtuve un pase gratuito para viajar a Cienfuegos a cursar mis estudios secundarios. Todos los días emprendía ese viaje en guagua hasta Cienfuegos, en unos de los autobuses de la compañía Ómnibus Menéndez que unía al pueblo con esta ciudad.
Cumanayagua no tenía Carnaval, pero festejaba la fiesta del cumanayagüense todos los 3 de mayo. En esa fecha se daba un gran baile en el Liceo y recuerdo que de pequeña contemplaba admirada la belleza y elegancia de las mujeres del pueblo, listas para participar en tal evento. Muchas confeccionaban sus propios trajes con telas que compraban en La Villa de París, una tienda en la que por 20 centavos se compraban hasta tres metros de tela. Los domingos, alrededor del Paseo del Prado, los jóvenes se paseaban y se exhibían. Era el momento de buscar partido para no quedarse para cuidar sobrinos.
Cuban Postcard Collection, University of Miami Cuban Heritage Collection. |
No lejos del pueblo, adentrándonos ya en el Escambray, estaba una de las bellezas naturales más admirables de Cuba. Digo estaba porque para nadie es un secreto que la revolución castrista se ocupó de arrasarla sin dejar pruebas de su existencia. Me refiero a la cascada o salto del Hanabanilla, impetuoso torrente formado por los ríos Hanabanilla y Arimao, a donde íbamos siempre de excursión y hacia el que se dirigían no pocos turistas deseosos de conocer el salto más importante de Cuba. Hoy día -he visto fotos que han traído de allá-, el Hanabanilla no existe. Lo cubrieron con un puente y con dos vertientes de gravilla para hacer una hidroeléctrica y una presa. Me pregunto si algún día se podrá recobrar el curso natural del río que lo alimentaba y por consiguiente la cascada natural que allí se formaba.
*Gina Pellón (Cumanayagua, 1926). Pintora cubana exiliada en París desde 1959.
viernes, 6 de julio de 2012
Colores de una guerra fratricida. Reportage fotográfico del conflicto Hispano-Cubano-Norteamericano de 1898. (a José Ramón Morales, in memoriam)
Quinto batallón del Ejército de Artillería Norteamericana. Alturas de San Juan ,Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Miembros de los batallones 24 y 25 del Regimiento de Infantería Norteamericana, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Soldados negros de los batallones 24 y 25 del Regimiento de Infantería Norteamericana, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo del Ejército Norteamericano preparando un viaje a Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo del Ejército Norteamericano caminando hacia Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
71 Regimiento de Infantería del Ejército Norteamericano (voluntarios de New York) dirigiendose al frente de batalla, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Paso de la mulas del Ejército Norteamericano, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Obstáculo de alambre de púas del Ejército Norteamericano, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Curva sangrienta en el río San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo de Infantería del Ejército Norteamericano apuntando con sus rifles, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo de Infantería del Ejército Norteamericano cercando una garita en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo de Infantería del Ejército Norteamericano disparando desde la colina en el fondo de las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Fortín en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Fortín en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Trincheras del Ejército Norteamericano en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Trincheras del Ejército Norteamericano en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Trincheras de la Novena Caballería del Ejército Norteamericano en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Quinto Cuerpo de Infantería del Ejército Norteamericano disparando en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Soldado enarbolando la bandera Norteamericana en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Alrededores del campamento norteamericano en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Tropas norteamericanas bañandose en un lago en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Soldados heridos, probablemente en Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Trinchera española, probablemente en las Alturas de San Juan, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Soldado muerto, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
El mástil y los restos semihundidos del acorazado Maine, La Habana, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Bombardeo naval de la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Desembarco de la Novena Infantería en la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Novena Infantería en la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Voluntarios cubanos desembarcando en la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Voluntarios cubanos desembarcando en la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Voluntarios cubanos desembarcando en la playa del poblado de Daiquiri, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Calle en Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Calle en Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Los acorazados "New York" y "Vixen" , Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
El acorazado español "Vizcaya" visto a través de los restos del "Maine", Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Destrucción del acorazado español "Vizcaya" en la Bahía de Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Restos del "Almirante Oquendo" en la Bahía de Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
Parte de los restos del acorazado español "Infanta María Teresa" en la Bahía de Santiago de Cuba, Cuba. © Theodore Roosevelt Collection, Harvard College Library. |
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