Alicia Prendes, "Rosa Negra", en el tocador de su cuartico de Madrid. (1935) En realidad se conoce poco, poquísimo de esta artista cubana.
"Rosa Negra", de su verdadero nombre Alicia Prendes, estaba casada con el mulato Francisco Molinet, ambos artistas del Teatro Nacional de La Habana que un día zarparon hacia Europa como embajadores del ritmo cubano.
Alicia Prendes había nacido en el campo, cerca de Cárdenas y había escogido
"Rosa Negra" como nombre artístico. Con sus "bailes de negros", danzas folklóricas cubanas y junto a su esposo, recorrieron los escenarios de buena parte de Sudamérica, Portugal, París, Madrid, Barcelona... La prensa de la época describe estos bailes "como danzas del floklore de las Antillas, baile guajiro y rumba que llevaron a la isla los negros de Africa. Los baila con un pañuelo rojo al cuello, bata blanca, chapín de charol y un chal de encendido color naranja."
Al decir de
"Rosa Negra", baila "de un modo instintivo, no aprendido, por sentimiento de raza. Siendo muy niña, en las fiestas de las escuelas municipales, yo salía a bailar los sones de la tierra. Creció mi vocación y estoy contenta de nuestros éxitos."
Junto a su esposo, el también bailarín Francisco Molinet, habían tomado residencia en Madrid en 1933, en un cuartico pintoresco, rodeados por mantones de Manila y quimonos llenos de colorines y de flores tropicales. Encima de su tocador, en lugar destacado, una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre tronaba en el pequeño recinto. En 1934, después de unas actuaciones en Barcelona,
"Rosa Negra" y Franciasco Molinet se habían producido en el teatro Calderón en un cuadro de tema cubano.
Anteriormente a
"Rosa Negra", entre los años 1917-1922, otra bailarina cubana apodada
"Perla Negra", hacía sensación en los teatros europeos. Su début lo haría en el teatro Apolo de Madrid, el 24 de mayo de 1917, dentro de una pieza teatral titulada "El asombro de Damasco" en la cual bailaba "la danza de la almeas", descalza, sin mallas ni ningún otro estorbo que le impidiera el lucimiento de sus esculturales líneas de chocolate; todo esto antes que Josephine Baker triunfara con la Revue Nègre! Perla, era muy aplaudida, pero lo era aún más cuando bailaba sóla sus danzas pseudo-clásicas.
"Perla Negra" se hacía llamar danzarina etíope, pero en realidad era un delicioso cuarterón cubano que bailaba danzas originales con nombres como "Fuga infernal", "Gitana mora" o "Visión de Salomé". Un cronista de la época así la describió:
"
Perla Negra, que como danzarina etíope se anunciaba, era admirable. Bella como una estatua en bronce, su arte coreográfico denotaba luego su procedencia inmediata.
Perla Negra era cubana. Y su mayor éxito, lo que constituyó una verdadera revelación para los aficionados a las variedades, no fue el estilo pseudo-clásico de algunos de los primeros bailes con que salió a escena, sino los danzones que terminaban sus programas. La rumba típica, transformada en un género ínfimo de mera exhibición, gustosa de ver, pero que ninguna relación tenía con la danza, nos fue mostrada por
Perla en toda su
negra verdad. Y subrayo el adjetivo para quitarle precisamente el sentido peyorativo con que generalmente se usa. Quiero decir que aquella rumba fue pura expresión de la manigua. [...]
Perla Negra bailaba la rumba de medio cuerpo para abajo, y aún más exacto sería decir que con el torso, de los hombros a las rodillas. Pero la precisión de tales movimientos, la economía de gestos, la gracia tan sincera y sin rebuscamiento de la bailarina, denotaban cierta fuerza clásica. No era, quizás por su misma autenticidad, espectáculo para todo el mundo. Hubo espectador que gritó desde el anfiteatro, al ver bailar a
Perla Negra sobre un fondo oscuro y vestida de blanco, que 'si eran eran trapos colgados del aire'."
¿Qué voy hacer, si me apasionan estos astros que un día brillaron con luz propia y hoy pertenecen a la constelación oscura del maldito olvido? La cultura cubana es también negra, como también negra fue nuestra primera artista internacional: una negrita habanera, criada en Sevilla y que desde a mediados del siglo XIX y por muchos años después, triunfó en los grandes escenarios europeos con aquello que todos conocemos y no sabemos de dónde viene:
"uté no é ná, uté no é ná
ni chicha ni limoná."