Cayó Estrada Palma, o Pelma, como la piedra en la laguna
“Con rudo golpe en la insondable fosa.”
No me sorprende que haya caído. Lo que me sorprende es que subiese,
sobre todo, tratándose de un país donde el que menos se cree un Epaminondas o...
un Bismarck.
Cuando le vi – por vez primera y única – en Nueva York, a mi paso para
Colombia, para la dulce y triste Colombia, no pude menos de pensar:
“este hombre, por lo mismo que no vale un rábano, irá lejos.”
No tenía dientes y no se daba lustre en las botas. No tener dientes en
el país clásico de los dentistas, y no darse lustre en el país clásico de los
limpiabotas... se me antojó un colmo.
Luego, fijándome en su frente de mono, en su boca hundida y en sus
bigotes de chino, descubrí que era malo,
solapadamente malo. ¿Quién puede ser bueno con una frente así, de un dedo de
ancho? La antropología sirve para algo; por lo menos, para ver venir a los
presidentes de repúblicas efímeras.
Ahora me explico su traición. Si no llegan los sarracenos y le echan
de la poltrona presidencial, fusila a media isla y se declara dictador, como
casi todos sus congéneres de la América latina. ¡Qué poco le duró el prestigio!
Lo que al negro del cuento, la levita. Aquí sí que viene a pelo: don Tomás, ya
comiste, ya te vas, o más exactamente: te fueron.
¿Qué hace ahora el antiguo maestro de escuela? ¿Se habrá dedicado,
como el Cándido, de Voltaire a sembrar azamboas o yuca?
Tomás Estrada Palma (1832-1908), primer presidente de la República cubana. © University of Miami Libraries. Cuban Heritage Collection. |
No era otro el consejo que daba Mefistófeles a Fausto en la última
escena de la primera parte del famoso poema.
No me parece bien que los que subieron con él, y gracias a él,
sigan tan campantes llenándose la tripa a costa del pueblo.
¿Por qué no cayó Gonzalo de Quesada, ese Absalón de tiple y guayo? ¿Qué
hace Quesada en Washington?
¿Para qué sirve Quesada?
Pues no sirve para nada.
Por lo mismo que no sino para nada, a no ser para retratarse al pie de
anuncios de específicos que hacen crecer el pelo (sí, le he visto en un
periódico, la melena al viento, con un frasco en la diestra); como no estorba –
¡Y cuidado si el mozo es ambiciosillo! – ahí le han dejado, de ministro de una república
ilusoria, acéfala.
Cualquier día renuncia Quesada a pasar por orador entre los yanquis,
hombres prácticos, pero mudos, como los perros de los caribes que halló Colón
en las Antillas.
– Pero usted - me dirán los que están enterados de las cosas del país –
no sabe de la misa la media. ¡Renunciar Quesada! Ignora usted que aquí nadie
renuncia. Si el puesto fuese gratis, tal vez. Ya ve usted el trabajo que
costó – una guerra civil nada menos – que don Tomás soltase el güiro.
Quesada, en vez de renunciar, se ha ido... al Haya, a abogar por la
paz europea y el desarme universal. Tiene gracia: un país que acaba de sublevarse
y que, dicho sea de paso, carece de personalidad, puesto que está intervenido
¡mandando al Haya (allá se las haya), representantes para que prediquen la
paz!
– No, no van a predicar paz ninguna - me dirán los que están enterados
de las cosas del país. –Van a pasearse, a sacudir el hígado.
Por de contado que Quesada romperá el fuego.
– No lo crea usted. Manuel Sanguily no se lo permitirá. Bueno es don
Manuel para dejarse coger la delantera oratoria.
– Bueno, hablarán los dos a la vez. Lo probable es que no hable
ninguno.
No hagamos á Sanguily la ofensa de compararle con Melenas, a
quien los congresistas holandeses tomarán por una medusa de los trópicos.
Porque es lo único llamativo que tiene Gonzalillo: el pelo. Por eso se lo tomo.
Volvamos a Estrada Pelma. Por lo mismo que nada le debo, ni nada le
pedí nunca, me acuerdo de él.
¡Qué a menudo me sucede – automatismo pnemotécnico – acordarme de
individuos que vi por casualidad no sé dónde, que no dejaron en mi espíritu huella
intelectual alguna! Y al acordarme de él he pensado: yo, que me limpio las
botas a diario, que no tengo frente de mono, no hubiera llegado nunca a
presidente ni a ministro siquiera.
Estrada aguardó a subir para darse lustre. En cuanto a no tener
dientes, ha sido una fortuna para el país. ¡Si no teniéndoles quiso morder!..
Vista del Monumento a Estrada Palma en La Habana, 1945. © University of Miami Libraries. Cuban Heritage Collection. |
Pobre don Tomás: como el personaje de “Si j'étais roi”, se acostó presidente y despertó...
maestro de escuela. Le queda un consuelo: recordar en su bohío que fue un
día G grande y buen amigo » de los amos de la tierra. No todos podemos darnos
ese gusto, aunque nos limpiemos a diario las botas y tengamos todos los
dientes.
Quesadita, mírate... en esas botas y córtate el pelo, a no ser que,
cansado de la diplomacia, te dediques a violinista.
Nada de lo ocurrido impedirá que, andando el tiempo, canonicen a
Estrada Palma, como han hecho con otros, tan güiras cimarronas como él. “Para canonizar a los santos – decía
Voltaire – sólo se espera a que desaparezcan
los testigos de sus tonterías.”
Y no me sorprendería que hasta le erigiesen una estatua. Por mí, que
se la levanten. ¡Para lo que sirven, después de todo, las estatuas! Para que se
orinen en ellas, de noche, los borrachos y, de día, los perros.
Justicia inmanente
de la historia...
Emilio
Bobadilla (Fray Candil), (1862-1921)
Muecas. Crítica y sátira, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas,
Librería Pierre Ollendorff, París, 1908.