miércoles, 18 de julio de 2012

Cumanayagua de Gina Pellón*.

Cuban Postcard Collection, University of Miami Cuban Heritage Collection.
Cumanayagua fue el pueblo de mi infancia. En él viví entre los ocho y los catorce años de edad. Mis recuerdos de aquellos tiempos han quedado algo empañados por la época en que lo viví: el final del machadato y los años de recuperación económica que le sucedieron. Pero no porque este período de la historia de Cuba enturbiara el horizonte de muchas familias cubanas, entre ellas de la mía por muy numerosa, Cumanayagua dejaba de ofrecer la imagen de un pueblo de provincias con un singular desarrollo cultural.

Recuerdo de Cumanayagua su calle principal o Calle Real; también la iglesia y frente a ella el café en donde tomé, por la primera vez, a los siete años, mi primer helado. El Paseo del Prado o Paseo Martí, con una hilera de pinos a ambos lados que hacía pensar en ciertos pueblos norteamericanos. Cerca del Paseo, estaba el único cine, en donde vi, al menos unas diez veces, una película en la que actuaba Shirley Temple. Cumanayagua fue fundado antes que Cienfuegos, pues el pueblo ya existía hacia 1804 y poseía una parroquia dirigida por el Padre José Elías Fleites.

En mi memoria queda un pueblo que, en ese entonces, vivía al ritmo de la política. Eran los años en que el ABC, partido que se oponía a Machado, desplegaba una intensa actividad. Un pariente mío, medio hermano de mi madre, llamado Eduardo Torres Morales, periodista de profesión y fundador de no pocos periódicos en el mismo Cumanayagua y luego en Cienfuegos, nos traía a casa el acontecer político de la nación, aunque también la cultura. Pues, es justo decirlo, a pesar de no ser una localidad importante, Cumanayagua disponía de varios periódicos de amplia circulación y desarrollaba además importantes actividades sociales a través de las cuatro logias masónicas -Francisco Sánchez Curbelo, Deber n° 28, la Logia Juvenil Ajef "Dionisio Peón" y Hijas del Deber N° 42-, así como las sociedades de recreo u asociación -Liceo, Casino Español, Club Progresista, Club de Leones, Sociedad China y Centro de Veteranos- que en él existían. En el panorama político se destacaba la labor del abecedario Anaya Murillo, un activista muy generoso gracias al cual obtuve un pase gratuito para viajar a Cienfuegos a cursar mis estudios secundarios. Todos los días emprendía ese viaje en guagua hasta Cienfuegos, en unos de los autobuses de la compañía Ómnibus Menéndez que unía al pueblo con esta ciudad.

Cumanayagua no tenía Carnaval, pero festejaba la fiesta del cumanayagüense todos los 3 de mayo. En esa fecha se daba un gran baile en el Liceo y recuerdo que de pequeña contemplaba admirada la belleza y elegancia de las mujeres del pueblo, listas para participar en tal evento. Muchas confeccionaban sus propios trajes con telas que compraban en La Villa de París, una tienda en la que por 20 centavos se compraban hasta tres metros de tela. Los domingos, alrededor del Paseo del Prado, los jóvenes se paseaban y se exhibían. Era el momento de buscar partido para no quedarse para cuidar sobrinos.
Cuban Postcard Collection, University of Miami Cuban Heritage Collection.
Como todos los pueblos de Cuba, Cumanayagua tenía sus personajes sui géneris. Uno de ellos era Samuel Feijoó quien antes de convertirse en el investigador que es hoy venía siempre en bicicleta a casa y le decía a mi madre: "Cuídame a Lela". Lela, era el nombre que le había puesto a su bicicleta, y siempre la dejaba en casa antes de irse al Cementerio Viejo a leer o escribir poemas. Ése fue el Samuel Feijoó que yo conocí, un personaje que nadie tomaba entonces por muy serio y que, visto desde lo apacible de la vida de provincias, parecía excéntrico.

No lejos del pueblo, adentrándonos ya en el Escambray, estaba una de las bellezas naturales más admirables de Cuba. Digo estaba porque para nadie es un secreto que la revolución castrista se ocupó de arrasarla sin dejar pruebas de su existencia. Me refiero a la cascada o salto del Hanabanilla, impetuoso torrente formado por los ríos Hanabanilla y Arimao, a donde íbamos siempre de excursión y hacia el que se dirigían no pocos turistas deseosos de conocer el salto más importante de Cuba. Hoy día -he visto fotos que han traído de allá-, el Hanabanilla no existe. Lo cubrieron con un puente y con dos vertientes de gravilla para hacer una hidroeléctrica y una presa. Me pregunto si algún día se podrá recobrar el curso natural del río que lo alimentaba y por consiguiente la cascada natural que allí se formaba.

*Gina Pellón (Cumanayagua, 1926). Pintora cubana exiliada en París desde 1959.

3 comentarios:

Zoé Valdés dijo...

Me da mucha alegría ver este magnífico post de Gina Pellón aquí.

Anónimo dijo...

Hola Javier,
Gracias por este hermoso post y además decirte que no vale la pena que protejas las entradas, pues usando el navegador MOZILLA, todo se puede copiar y descargar. Has la prueba, cuando te salga la ventana que dice LO SIENTO, la cierras, vuelves a pinchar y te sale bloquear ventana y ya puedes copiar lo que te de la gana.
Saludos
Jorge Echemendía

mpellon dijo...

Magnifico recuerdo de mi tia y del pueblo ede mis padres, tios, abuelos, primos:Cumanayagua